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Lecciones de un viaje de fin de año
Llegar de nuevo a Colombia estremece, al ver que las pasiones y odios de los extremistas de izquierda y derecha continúan.
Viernes, 17 de Enero de 2020

Viajar siempre tiene un encanto especial y nunca se agotarán las lecciones que se pueden aprender en cada sitio visitado. 

Aprovechamos el fin de año y el comienzo de otro para conocer a nuestros vecinos, las Antillas Holandesas y Panamá. Fue casi como cerrar con broche de oro el año que se fue y abrir una puerta muy grande para revivir la historia del año que comienza. 

Mezclarse con miles de turistas europeos y norteamericanos y con los nativos de Curazao, en la principal de las Antillas Holandesas la noche del 31, participar del jolgorio generalizado en sus calles y ver los fuegos artificiales sobre esas casas, le hacen pensar a uno que estar en una ciudad holandesa es algo verdaderamente maravilloso. Luego, visitar la República de Panamá, unida a nosotros por vínculos históricos imposibles de ignorar. Y Lo más importante; aprendimos una lección hermosa: no importa el pasado ni la composición étnica, religiosa o cultural de una población si esta se decide a enterrar pasiones y odios ancestrales heredados y se compromete a vivir en paz y buscar unidos el ideal de un progreso con equidad y con posibilidades para todos. 

Betico Croes es considerado como el padre del Estado Autónomo de Curazao dentro de la Confederación Holandesa, estatus que se logró en 1986. Uno de sus principios para el naciente Estado fue que no importaba el origen, la etnia, la religión, las convicciones políticas ni los ancestros de los habitantes de la isla que habían llegado por miles desde Malasia y otros Estados asiáticos a apoyar a los habitantes nativos, los arahuacos, españoles y holandeses en momentos en que la economía requería de muchísima mano de obra. Lo que importaba era el respeto al otro, sin distinciones, para que todos pudieran vivir en paz.

Otra lección, importante por lo más cercana, fue la visita a Ciudad de Panamá. Allí un guía por la ciudad antigua nos repitió continuamente la relación estrecha que existió entre Colombia y Panamá. Recordó que en 1821, el Itsmo decidió unirse voluntariamente a Venezuela, Colombia y Ecuador, y que después de la liquidación insensata de la Gran Colombia, prefirió seguir unido a la República de la Nueva Granada. Pero quizás lo más impactante fue su descripción del origen de la bandera panameña. Dijo que simboliza la lucha de los partidos políticos colombianos, liberal y conservador, que prácticamente hoy languidecen en Colombia, quizás recordando sus pasadas glorias y los principios por los que lucharon. La bandera está dividida en cuatro cuartos: uno rojo y otro azul diametralmente opuestos, que representan a los partidos liberal y conservador, y dos blancos, también diametralmente opuestos, con una estrella azul en el cuarto superior izquierdo blanco y una roja en el cuarto inferior derecho blanco que significa la convivencia de los partidos en paz.  

Panamá logró no solo con su bandera, sino en la práctica, vivir en paz a pesar de las visiones totalmente antagónicas de los dos partidos que tanta sangre dejaron en enfrentamientos fratricidas de los que la misma Panamá participó y en la que miles de panameños murieron durante la sangrienta Guerra de los Mil Días. Pero después de la separación definitiva en 1903, los partidos dejaron para siempre la lucha armada y aprendieron a convivir y a vivir en la paz que ha convertido a Panamá en uno de los países con menor inequidad y mayor prosperidad del mundo.

Después de esas lecciones vivas, llegar de nuevo a Colombia estremece, al ver que las pasiones y odios de los extremistas de izquierda y derecha continúan más vivos que nunca ante un Estado ineficaz e incapaz de poner coto a tanta barbarie.   

Guerrilleros anacrónicos asesinan policías y soldados indefensos mientras que la extrema derecha sigue matando a líderes sociales. La muerte al azar de dos ambientalistas cuyo único pecado era amar la naturaleza y para admirarla se detuvieron en un parador de camino en las cercanías de Palomino o el atraco a mano armada hace apenas dos días que sufrió en Bogotá una reconocida profesora del Departamento de Farmacología de la Universidad Nacional y su esposo son apenas dos caras del mismo fenómeno: delincuencia común en todo el país por bandas organizadas que delinquen sin que sea posible ponerlas en cintura. 

No se trata del raponero ocasional o el que atraca por un celular. Se trata de una cultura del dinero fácil y por cualquier medio. Se dirá que esto tiene que ver con la falta de empleo, con el subempleo y con la informalidad. Quizás. Pero se requiere  cambiar la cultura del dinero fácil. Es urgente buscar la manera. 

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