La Opinión
Suscríbete
Elecciones 2023 Elecciones 2023 mobile

Lo inhumano en lo humanitario

Después de catorce años la carga emocional, los riesgos propios de su trabajo y sus condiciones laborales, la obligaron a dejarlo todo. 

Hace poco una amiga que se dedicó varios años al trabajo humanitario tuvo que renunciar. Apoyó durante mucho tiempo a mujeres víctimas de violencia sexual; lideró proyectos con niñas y niños afectados por minas antipersonal; acompañó a familias que sufrieron la crueldad de desapariciones forzadas; y, en los últimos cinco años, se había dedicado a formular proyectos a nivel regional que buscaban hacer visibles hechos de violencia perpetrados por el Estado, la guerrilla, grupos paramilitares y bandas emergentes. 

Después de catorce años la carga emocional, los riesgos propios de su trabajo y sus condiciones laborales, la obligaron a dejarlo todo. 

Nunca, me contaba, firmó un contrato laboral. Siempre estuvo vinculada a través de órdenes de prestación de servicios (OPS) y por esta razón, no tuvo la oportunidad de disfrutar unas vacaciones remuneradas. 

También siempre tuvo que pagar ella misma sus aportes al sistema de seguridad social, porque claro; así funciona una OPS. Cuando empezó a sufrir sus primeras crisis emocionales por el impacto de sus trabajos, la falta de tiempo y su constante permanencia en zonas rurales no le permitían buscar apoyo profesional en la entidad promotora de salud. Y bueno, hablemos claro; con nuestro sistema de salud seguramente jamás habría logrado la atención que necesitaba. 

En sus trabajos, en muchas ocasiones, también buscó ayuda. Allí, sus colegas y jefes – sí, eran jefes, así legalmente les llamen “supervisores del contrato” – le recomendaban que debía “relajarse y centrarse”, “recuperar su fuerza”, o lo más común, “que ese trabajo era así”. 

Nunca, en ninguno de los lugares en los que trabajó, recibió un apoyo profesional adecuado. Ni después de pasar horas escuchando a una víctima de violencia sexual; ni después de volver de campos minados, y ver niños amputados, y exponer su propio cuerpo a estas armas indiscriminadas; ni después de tener que grabar y sistematizar hechos atroces de violencia que también exponían su integridad personal. Nunca. Nunca recibió ningún apoyo.

Hoy mi amiga está superando una depresión crónica. Intenta reinventarse, pero no es fácil; su amor por el trabajo humanitario está intacto, aunque sabe que volver es retornar al dolor. Procura iniciar una narración curativa en su vida que le permita volver a creer, creer en que hay realidades que sí pueden transformarse, pero no entiende la razón por la cual nos cuesta tanto avanzar hacia la paz; claro, esto no es fácil cuando se han vivido los impactos de la guerra tan de cerca. Asume con humildad que no fue una heroína y que tampoco quiso serlo, pero se frustra al saber que sus esfuerzos y sacrificios de tantos años, solo la alejaron de su pareja, su familia y, lo que es peor, de sí misma. El mundo humanitario…

El mundo humanitario es inhumano. Aunque las que más sufren son las víctimas directas y sus familias; aunque existen organizaciones e instituciones que sí abrazan y protegen su personal; aunque gran parte de la sociedad así lo entienda, la soledad de mi amiga y la de muchas otras personas que viven la misma experiencia, permanece allí, callada, silenciosa: es una soledad que enferma. Como lo dice la Nobel de Literatura, Svetlana Alexiévich, en “esta guerra no hay héroes ni hazañas increíbles, tan solo hay seres humanos involucrados en una tarea inhumana”. 

 

Jueves, 16 de Noviembre de 2017
Premium-home
Patrocinado por:
Logo Empresas
Temas del Día