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Los primeros sesenta de la Norte
La Clínica Norte, una de las más modernas de Suramérica, con gran cantidad de médicos especialistas en todas las ramas de la salud.
Lunes, 21 de Octubre de 2019

Lo primero que uno se topa al entrar a la Clínica Norte, por la entrada principal, después de la recepción, es un patio con una hermosa fuente de agua cristalina, murmurante pero casi silenciosa, como si obedeciera a la  enfermera   aquella que, desde algunos retablos de los centros asistenciales,  invita con una sonrisa y el índice en la boca a guardar silencio.

Aquella fuente inunda de una grata paz todo el recinto y a los que allí llegan y a los que allí permanecen. En ese mismo patio, Salua Turbay levantaba en los diciembres un  pesebre, sencillo, pero imponente, vivificante de fe y guardián de las costumbres de lejanos tiempos.

En esa fuente, pienso, está simbolizada la esencia de la Clínica Norte: suavidad, ternura, entrega, manantial de salud, alegría de los que salen sanos y esperanza de los que llegan en busca de empezar una nueva oportunidad de vida. Y, sobre todo, simboliza el afán de servicio de quienes allí laboran, como el agua que se desliza suave sin negarle a nadie la posibilidad de calmar en ella sus ansias y su sed. 

Pues bien, esta clínica, con fuente de agua a la entrada, como creo que ninguna otra clínica de Cúcuta la tiene, ha estado de fiesta en estos días. Torta, misa, reconocimientos, medallas, comilonas, francachelas y recordatorios. No podía ser de otra manera, pues lleva sesenta años haciendo el milagro de prolongar la existencia de los humanos, en franca lucha con la pelona. Porque resulta que la muerte, esa que pintan de traje largo y negro, calaveruda y con una guadaña en la mano para  segar vidas, le monta la perseguidora a mucha gente todavía con ganas de vivir, y es, entonces, cuando la gente de la Norte (médicos, enfermeras de gorrito y sin gorrito, administrativos, técnicas, instrumentadoras, camilleros, servicios generales, cocineras, choferes y seguridad) hacen un solo bloque, se le enfrentan y le arrebatan, como sea y al precio que sea, las víctimas que ya, la tal por cual creía aseguradas. A todos nos toca algún día, pero es mejor que ese día sea lo más lejano posible, y a eso se dedican los profesionales de la salud, en especial los que hicieron el juramento de Hipócrates, y los demás.

Pensando en eso fue por lo que algún día de octubre de 1959, los médicos Alberto Duarte Contreras y David Darío Porras, en plena época dorada de su juventud, juntaron voluntades y capitales y adquirieron lo que era una clínica de reposo de Luis Alberto Mieles Clavijo, que por allí cerca funcionaba, y la convirtieron en la semilla que fructificó y que hoy es la moderna Clínica Norte, de Cúcuta.

Poco a poco fueron llegando otros médicos que se fueron asociando, como Ramiro Zúñiga, Jorge Cruz, Gilberto Bustamante, Armando Díaz, Jorge Montañez y Hernando Villamizar.  Posteriormente se sumaron al equipo de los triunfadores y se pusieron la camiseta de la Norte,  Rosendo Cáceres (Caceritos), Eduardo Gamboa, José Manuel Pinzón, Julio Coronel, Ciro Jurado, Félix María Conde y otros, cuyos nombres seguramente se escapan, por la infidelidad de la memoria. Todos le metieron el hombro con verraquera, incluidos algunos personajes no médicos como Marino Vargas, Pacho Pérez y la esposa de Ramiro Zúñiga, María Helena Mesa, quien sin ser socia, se convirtió en una mujer de gran valía para el crecimiento de la clínica.

Capítulo aparte merece Salua Turbay Millán, una enfermera jefe, de raca mandaca, (a la que llamaban “la turca”, por su origen sirio libanés) que lo dio todo, su juventud, su profesionalismo, su don de gentes, su liderazgo y su vocación de servicio en aras de la clínica.      

La Clínica Norte,  una de las más modernas de Suramérica, con gran cantidad de médicos especialistas en todas las ramas de la salud, con un gran equipo humano y eficiente, ha llegado a sus primeros sesenta. Sesenta velones, sesenta japyverdis y sesenta acciones de gracias a Dios y a la Virgen de la Salud, son una muestra del fructífero camino que ha recorrido este centro asistencial de la capital nortesantandereana. Y si no han echado voladores y no han hecho bulla con tatucos y tamboras, ha sido por no interrumpir el descanso de los pacientes. Mientras tanto, la fuentecita del patio sigue murmurando canciones de paz y regocijo, por el triunfo de la vida sobre la muerte, como dicen en las iglesias en Semana Santa.

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