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Los recolectores
Es vital pensar en las huellas y el eco de las batallas emprendidas, inscritas en la lejanía, para cultivar el inventario del tiempo.
Domingo, 3 de Marzo de 2019

No se envejece con dignidad sin cultivar un sueño final, depurado detrás de los surcos del alma, añorante de un camino extendido hacia el crepúsculo, porque en la vejez no se busca, sino se encuentra.

¿Y qué se puede encontrar? Los ojos vuelven hacia el tiempo y se juntan con el recuerdo para repasar las jornadas y alentar la misión de deshojar margaritas, en una distancia menor para una edad mayor.

Aquél “jamás” da la vuelta y las cosas cambian de sitio, la gente rota en medio de los vaivenes de una vida que no cesa de dar sorpresas, tratando de ajustar y, en especial, de ganar el juego. 

Es vital pensar en las huellas y el eco de las batallas emprendidas, inscritas en la lejanía, para cultivar el inventario del tiempo y extraer los episodios personales, vestidos de añoranza.

Y evocar, con el privilegio de la gratitud, los lugares y la gente noble, valorar las cosas menudas y sencillas que rodearon las ilusiones y están aún vertidas en el corazón, arrulladas en las entrañas de los sueños.

Uno voltea y, ahí, en medio de la espera, un duende bueno desciende por el arco iris, lo acompaña, le muestra el resto de la fortaleza y lo reta a asumir emociones cadenciosas y lentas, que son los pasos largos del infinito aproximándose a la intimidad creciente.

Y sólo vence cuando trasplanta las luces ancestrales, para iluminar el sendero de la primavera senil y ocupar el hastío con la madurez del pensamiento, con un patrimonio de experiencia que se quiere lanzar al firmamento.

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