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Madres en cuarentena

Viéndolo bien, las mamás de antes sí estaban acostumbradas a la cuarentena.

Lo siento por ellas. Acostumbradas como las teníamos a la serenata la noche anterior, desayuno a la cama, almuerzo afuera (aunque fuera en el patio), el regalo, la torta, el brindis, la reunión de familia en la tarde y todo lo demás, este año va a ser una celebración muy de otro modo. 

Aclaro: Cuando digo “ellas”, no me refiero sólo a las mamás, como debiera ser. No. Lo que pasa es que a la celebración del  Día de la madre, se pega la mujer (porque es la mamá de nuestros hijos), la suegra (porque es mamá política), las cuñadas (porque son hermanas de la mamá de nuestros hijos y son además hijas de la mamá política), la vecina (a la que el marido dejó y es cercana de dimes y diretes de la mujer) y algunas otras que por ahí aparecen. Al fin y al cabo la que menos celebrada resulta, es la mamá verdadera, la propia, la de quien se dice que sólo hay una.

Viéndolo bien, las mamás de antes sí estaban acostumbradas a la cuarentena. Pero era una cuarentena de verdad. Cuarenta días y cuarenta noches sin salir ni siquiera de la alcoba, a partir del día en que tenían a su hijo. A partir del alumbramiento. 

Al pie de la letra cumplían las órdenes de la comadrona: En cama, bien arropada, que ninguna brisa la fuera a tocar y mucho menos el marido que debía dormir en lecho aparte. La dieta era especial:  pan tostado y aguamiel con leche al desayuno; al almuerzo, caldo de gallina gorda con chocheco, y a la comida otra vez pan tostado y aguamielita negra. La aguamiel con ramas de hinojo no podía faltar todo el día para que aumentara la producción de leche.

Pero esta cuarentena, la de ahora, a la que nos sometió el gobierno para protegernos, no es cuarentena, son órdenes que todos se las pasan por la faja dizque por el  aburrimiento, por las peleas conyugales, por el peligro de una locura, cualquier cosa sirve de pretexto para no cumplir la seudocuarentena.

A aquellas madres, las de antes, hay que rendirles admiración por todo lo que hacían por el bebé y por su propia salud. A la criatura le daban de mamar día y noche, sin importar que se les dañaran su figura ni la esplendidez de sus senos. El baño corporal debía ser cada tres días, máximo, con agua tibia no en el fogón sino al sol, a la que se le añadían ramas de matarratón, ruda, canela, sábila, yerbabuena y otras yerbas. Los cuarenta días debían permanecer con la cabeza amarrada en pieza cerrada y oscura.

Ver en cambio, a las madres de ahora, a los ocho días del parto, ya andan pavoneándose por la calle; en lugar de leche materna, al niño le dan leche de tarro; comen de todo, jartan de todo, y juran que nunca más tendrán más hijos.

Pero, bueno. Las de antes y las de ahora, todas son madres y el domingo habrá que felicitarlas. Pero la serenata, la rumba y la comilona se las quedamos debiendo para cuando hayamos superado esta crisis de pandemia y de bolsillo, que van unidas. Ahora recuerdo una canción que cantábamos en la escuela: “El que la tenga viva debe quererla mucho, y el que la tenga muerta, rezarle una oración”.

Nos quedan pendientes otras madres: la madre Teresa de Calcuta, la madre patria, la madre de las uñas, la madreselva, la madreperla y la madre de todos los vicios (la pereza). Y la madre pal que no felicite a su mamá, aunque sea de lejos. 

gusgomar@hotmail.com

Jueves, 28 de Mayo de 2020
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