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“Mañana no te presentes”, un libro para la memoria
La novela tiene una enorme y potente capacidad para que nos formulemos preguntas...
Viernes, 9 de Agosto de 2019

Marta Orrantia, la escritora de la novela “Mañana no te presentes”, en entrevista ofrecida a la Revista Arcadia, afirmó: “lo que intenté hacer fue meterme por las zonas grises de la toma. Esos interrogantes que quedan todavía”. Después de leer su libro y, de conocer parte de la historia de lo ocurrido en la toma y la retoma del Palacio de Justicia en 1985, se entiende la dimensión de esas palabras. 

De la historia que se narra en el libro no hablaré porque detesto todo tipo de spoiler. Sin embargo, intentaré contarles porqué es parte de aquellas novelas que tienen que leerse aunque también detesto este tipo sugerencias; cada quien llega a un texto porque es el texto mismo el que se encarga de hacer el llamado, pero esta vez hago una excepción. Esas zonas grises a las que hace referencia la autora, el dinamismo de la narrativa y la memoria que construye, las razones que me llevan a escribir esta columna. 

En cuanto a las zonas grises. La novela tiene una enorme y potente capacidad para que nos formulemos preguntas en torno a lo que aún no sabemos de los hechos ocurridos. Es inevitable recordar porqué se conformó una Comisión de la Verdad para esclarecer los hechos; o porqué la Comisión Interamericana de Derechos Humanos se pronunció frente a la violación del Estado colombiano al no prevenir la toma del Palacio de Justicia debido a un supuesto conocimiento previo, así como su responsabilidad por las desapariciones y ejecuciones extrajudiciales. 

Señalo solo estos dos ejemplos, pero existen muchas más instancias que se han ocupado de exigirle al Estado respuestas concretas frente a las tantas incógnitas que aún tenemos. Por otra parte, el cine también se ha encargado de sugerirnos algunos aspectos de lo ocurrido y de plantearnos preguntas: “Siempreviva”, “Antes del fuego”, “28 horas bajo fuego”, cada una en su momento y, con su propia historia, nos aproximaron a lo que conocemos y no conocemos. 

Sin embargo, más allá de los informes oficiales y no oficiales, de los avances institucionales y del apoyo del arte en este proceso, hoy tenemos tal vez una de las mejores historias en materia de la identificación de los nudos más neurálgicos de la toma y la retoma, del antes, durante y después. Un después, como podrán saberlo al leer a Orrantia, que nos confronta a un espejo de lo que seguimos siendo como sociedad, de lo que no hemos aprendido. Cada personaje de la novela, cada detalle, cada palabra y cada silencio, nos hace, una vez más, interesarnos con cierta obsesión sobre este doloroso capítulo de la historia de la violencia en Colombia. 

En cuanto al dinamismo de la novela. Aquí seré breve y me permito establecer una comparación, por decirlo de alguna forma, adaptada a las actuales realidades. Con el libro me ocurrió lo mismo que con las series Breaking Bad, Game of Thrones o Chérnobil: una vez empecé, fue imposible parar. Cada párrafo sacude, cuenta algo, nos lleva de un lugar a otro, emociona, arrulla, golpea. No tengo duda de que en cualquier momento la novela se convierta en una de aquellas series que atrapa y obsesiona a quien la ve.

En cuanto a la memoria que construye. Orrantia ha advertido que la novela no pretende convertirse en un documento de memoria histórica. Y está claro: la novela, así tenga su origen en hechos reales, se construye desde la ficción. Sin embargo, me permito contradecir a la misma autora. Yo encuentro que el libro permite al lector caminar por cada pasillo del Palacio y así ir encontrando elementos de interés para indagar más. Yo, por ejemplo, he vuelto a documentos que ya conocía para recordar algunos de los hechos que sugieren los personajes. Y recordar es hacer memoria. No la oficial, si es que en la “oficial” podemos confiar; no la real, si es que esa “real” existe, sino la que habita en lo que nos lleva a interesarnos por el derecho a saber. Muchas escritoras y escritores que hoy nos cuentan las violencias y resiliencias vividas se niegan a reconocer que hacen memoria con sus novelas. De mi parte, considero que en un país sin memoria, toda historia real o ficticia que nos lleve a interesarnos por lo ocurrido, suma. Y suma mucho. 

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