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Memoria paternal
Los hijos son el regalo que los padres necesitamos para atisbar, desde el umbral del infinito, las jornadas de recuerdos maravillosos.
Domingo, 17 de Junio de 2018

Los padres nos situamos en el quicio de los afectos a rastrear los sueños que estaban depositados en los hijos, a pasear por la luz del cariño que nos fue iluminando durante años y nutrió siempre al amor, para que los rondara, en oración piadosa.

A ver si ejercimos bien el sublime don de ser sus mejores ángeles de la guarda, de tocar campanas de colores que tañeran ilusiones y darles voces de aliento para su brega cotidiana de evolucionar en hidalguía.

La historia del corazón cuenta que íbamos subiendo las escalas de la esperanza, desde los albores de los juegos y aquella lágrima furtiva dejada en la primera sesión de colegio, pasando por las vivencias de intentar ser maestros de la vida y encender en ellos un fuego que reviviera, en cada instante, la emoción de sus logros. 

Y la conjugación se daba si, mientras ascendíamos en orgullo por ellos y descendíamos en nuestras condiciones mortales, iba quedando un saborcito amable de haber cumplido la misión. ¿Cuál?: la de hacer que fueran buenas personas.

Y no pretendemos – es imposible- alcanzar la majestuosidad de las madres; sólo anhelábamos la gracia de bendecir lo que hacían, con la vanidad varonil metida en silencio en el alma, sin que se desbordara, porque desvirtuábamos la idea de que ser ejemplo es de valientes.

Los hijos son el regalo que los padres necesitamos para atisbar, desde el umbral del infinito, las jornadas de recuerdos maravillosos, el refugio para la nostalgia bonita que da la ternura de haber compartido su tiempo esencial.

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