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Miedo post-electoral

Es totalmente comprensible que entre los matices de este miedo post-electoral se encuentren la frustración, el enojo, la rabia, el dolor.

El triunfo de Iván Duque Márquez en las pasadas elecciones presidenciales dejó en al aire un vaho a derrota. El 22% del censo electoral sintió que perdió una gran batalla luego de que el candidato del Centro Democrático se quedara con el 54% de los votos de la segunda vuelta. Por mi parte, siento que perdí desde la primera vuelta, donde la jornada dejó sin posibilidades a la dupla Presidente-Vicepresidente que yo apoyaba y que muchos consideraban era la mejor para dirigir el país y darle un nuevo rumbo.

Sin embargo, no tengo esa sensación de ‘perdió Colombia’ y ‘todo está perdido’, como muchos de los que fueron derrotados por una de las maquinarias políticas más poderosas de este país: Una maquinaria que a pesar de tener entre sus engranajes los corruptos más descarados, criminales confesos (Popeye por ejemplo) y a ultraconservadores que anhelan el retroceso de la Nación en materia de derechos civiles, ganó.

En cambio, si siento mucho temor y miedo. Siento más miedo que el que llevó a diez millones de colombianos a votar por Iván Duque, y esa es la sensación de millones de personas en el país, incluso de los otros 17 millones de colombianos que estando inscritos para votar en esta jornada no lo hicieron y se abstuvieron de decidir lo que consideraban lo mejor para el país (recordemos que el abstencionismo en las Presidenciales este año fue del 46,2% del potencial electoral nacional).

Este miedo es totalmente legítimo sea cual haya sido su opción política durante la jornada. Lo que no es admisible es, que estando del lado derrotado, usted desee el fracaso del nuevo Presidente de Colombia, porque todos, tanto los de izquierda, como los de derecha y centro, vamos en el mismo barco y no podemos desear que este se hunda, bajo ninguna circunstancia. 

Es totalmente comprensible que entre los matices de este miedo post-electoral se encuentren la frustración, el enojo, la rabia, el dolor de patria o como lo deseen llamar, pero no es constructivo, desde ningún enfoque político, anhelar ver cómo ‘arde el país’ a causa de la decisión tomada el pasado 17 de junio: No arderían ‘ellos’, los otros, arderíamos todos. 

Evidentemente, es lamentable que la coalición clientelista de este país haya triunfado y estemos nuevamente entre las fauces de los políticos tradicionalmente corruptos de Colombia, a los cuales no les importa, ni siquiera un poco, el ejercicio de las libertades y derechos civiles. Y esto último, asusta mucho más que cualquier término rebuscado como narco-comunismo o castro-chavismo. Incluso siento miedo de que la victoria de la ultra derecha signifique una vulnerabilidad para mí y para todos los otros hacedores de opinión del país. Sentimos que ‘debemos andar con cuidado’ para no terminar silenciados, de una u otra forma. 

El miedo que invade a millones de colombianos en este momento tiene que ver con los flashback que nos llegan cada vez que vemos el rostro de Álvaro Uribe Vélez, expresidente con 28 investigaciones en curso en la Corte Suprema de Justicia: unas por falsos positivos, otra por la muerte de un defensor de derechos humanos, por el caso del hacker Sepúlveda y otra por presunta omisión en las masacres paramilitares de La Granja y El Aro cuando fungía como gobernador de Antioquia. Este mismo miedo está relacionado con actos de corrupción como Agro Ingreso Seguro, Reficar, las dádivas por votación al referendo (Yidispolítica) y la recepción de sobornos por parte de Odebrecht.

El miedo no emana de la mezquindad, los derrotados no estamos pensando en lo que individualmente podríamos perder con el Gobierno de Duque, sino de las batallas colectivas que se podrían ir al traste dada la falta de oposición en el Congreso, de la reducción del poder de las Altas Cortes, de la invisibilidad de los entes de control ante una maquinaria tan grande y clientelista, de posibles señalamientos a defensores de derechos humanos, de víctimas o líderes campesinos e indígenas, de un retroceso del bienestar social por una reducción presupuestal en rubros como educación o salud, mejor dicho, el miedo a perder lo poco que tenemos todos. 

El miedo aquí no tiene que ver con expropiaciones imaginarias, sino a que ‘El futuro es de todos’ nos hace preguntarnos en qué tipo de futuro vamos a vivir, tanto los derrotados como los que quemaron pólvora y celebraron con la elección del protegido (por no decir títere) de Álvaro Uribe Vélez.

Domingo, 24 de Junio de 2018
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