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Columnistas
Migración al alma
Lo mejor ocurre en la medida en que somos reverentes al destino.
Domingo, 26 de Julio de 2020

En el alma no hay antes ni después, sólo espejos de ancestros -y sueños- concentrados en un regazo maravilloso que acoge la esencia de la vida, semejante a una de esas mañanas bonitas que nos gustan.

¿Cómo será su interior?, ¿será luz, será sombra? Creo que debe ser un fluir de ideales suspendidos en una perfección dual, de luz y sombra, con los instantes valiosos desprendiéndose para volverse tiempo.

O el recinto espiritual de los sentimientos y los ideales, aquellos que, después de filtrar su limitante mortal, van adquiriendo dimensiones que no se plasman sino en escenarios evocadores de un supremo reflejo universal.

O el teatro mayor del mundo, en el que se pueden descorrer los velos que abren a la sabiduría al recoger el viejo telón, ignorante y pesado, que oculta las lecciones que sólo un pensador (humilde) entiende.

El eco dadivoso de las voces de los siglos, apretado en los susurros callados por el misterio enseña, desde el silencio majestuoso, la palabra sabia, la que fluye a través del viento andante -porque no tiene premura- y se pasea libre por las ventanas sin cristales que parcelan el alma, buscando un lugar sereno dónde aposentarse y sembrar sus semillas intelectuales. 

Lo mejor ocurre en la medida en que somos reverentes ante la liturgia admirable del destino, cuando en la intimidad se pinta un paisaje natural, un viraje a la esperanza, la fragancia del sol que no es aroma sino encanto luminoso, o la lejanía que se recoge en los pliegues fascinantes de la imaginación.

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