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Misión destino
Lo difícil es dar el primer paso para identificar sus signos, cuidarse de los cruces de caminos, sin miedo.
Lunes, 12 de Marzo de 2018

El destino no finaliza, nunca termina, es un tesoro que debe buscarse a través de la vida, constantemente, a veces escondiendo en secreto los sueños dentro de uno mismo para que no se filtren y se dañen, protegerlos dentro de un muro de silencio y soledad que sólo pueda traspasarse desde la intimidad del corazón.

Lo difícil es dar el primer paso para identificar sus signos, cuidarse de los cruces de caminos, sin miedo, con una profunda fe en el porvenir, con la savia vital de un continuo éxodo por el interior de uno mismo, dejando el pasado, asumiendo el presente, vislumbrando el futuro con un absoluto compromiso interior.

Eso es de valientes, sin duda, de un reto cotidiano, sincero, del ejercicio de la libertad responsable, de ponderar todo lo que se hace, lo bueno y lo malo, para que de esa experiencia surja la inspiración que nos aparte de esta absurda desconfianza por la existencia.

Todo lo nuestro será mejor si parte de un temor reverencial al destino, un temor que contenga actitud para superar los errores con dignidad y concebir atenuantes de rechazo a los lastres que se enredaron en nuestra historia.

La misión es sanar las desilusiones, buscar la autenticidad, advertir los colores del cielo, las formas de una y otra nube, que son como la vida, que cambian cuando uno deja de mirarlas y toman la figura de la gente, de las cosas, incluso de la propia naturaleza.

El pensamiento asciende sí, y sólo sí, se nutre de la luz del sol o de la luna, o de cualquiera de las emociones que se encienden en el alma con el esplendor de la aurora o los arreboles que se esfuman en el crepúsculo, para entrar pleno e iluminar y equilibrar el contorno de las sombras del vacío.

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