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Mujer de reportero
Paz sobre la tumba de la mujer que miraba a su esposo asomarse a  la ventana y sabía que estaba trabajando.
Jueves, 8 de Octubre de 2020

En recuerdo de Javier Darío Restrepo a un año de su partida

El varón domado, acostumbrado a quedarse con el pecado y con el género, ha sido avaro a la hora de reconocer el aporte del eterno femenino en su enriquecimiento lícito material y espiritual.        

Las ejecutorias masculinas tienen aroma de mujer. Sólo que los hombres tenemos especial facilidad de expresión para ignorarlo. Los periodistas con más veras. 

Por eso alegra el elogio en fa mayor que hizo alguna de vez de Gloria Castañeda, su esposa fallecida hace poco, un colombiano de alto turmequé que nunca se enferma de su importancia: el reportero eterno Javier Darío Restrepo, premio de Periodismo Simón Bolívar por su vida y obra, entre otros muchos galardones que le han llovido.

Sus ejecutorias en el oficio no son producto de una mojada acalorado, sino de una entrega insomne. Cuando Javier Darío habla  lo hace tan bien que nos mejora el currículo a sus colegas. Es de los que sube el periodismo al estrato seis. 

En achaques de ética, parece dateado por el Espíritu Santo desde cuando ejerció el sacerdocio hasta que mandó el celibato pa’l carajo. (“Señor, hazme casto, pero todavía no”, podía decir con Agustín de Hipona en sus “Confesiones”. Hasta que apareció su Gloria).  

En el caso de Javier Darío, el periodismo ha sido la prolongación del sacerdocio. No hay tutía: con este gurú del oficio, el periodismo sí tiene cura.

Con Gloria tuvo dos metáforas: María José, ecológica guardaparques (Cousteau bogotana), y Gloria Inés, scout, muy Restrepo ella, activista por la paz (Gandhi de tacón bajito) y quien “escribe mejor que Javier”. Palabra de mamá.

Pero veamos lo que dijo Javier Darío de la mujer que lo conquistó y que se nos anticipó en el viaje con tiquete de ida solamente: “Di con una fortuna y es con una esposa que es una maga en todo sentido: me transformó la vida y luego se ajustó a mi manera de ser y de pensar. Vivimos austeramente y vivimos contentos”.

Cuando le sugerí cuantificar ese aporte de su esposa me respondió:

“Sí, y que no me crean que exagero si digo que es el 95%. Es un altísimo porcentaje. Es que todo lo que significa paz interior, satisfacción, alegría, orgullo, pues ella lo ha fabricado. Fabricó ese par de criaturas y tú sabes igual que yo lo que significan los hijos. En mi caso, esas dos hijas y esa esposa han representado ese 95%. Y temo de pronto ser mezquino”.

Le pregunté cómo ha asumido la familia su destino de periodista.

“Tal vez lo describiría con una situación que me resultó muy reveladora. Siempre que anunciaba esos viajes al exterior que generalmente eran para cubrir alguna guerra o alguna cosa de esas, Gloria, en silencio, me hacía la maleta y demás. Se despedía, desde luego con la natural tensión de las despedidas. Y hubo una ocasión en que a última hora se dañó el viaje. Entonces regresé a la casa diciéndole: ‘Mañana no viajo porque no hay necesidad de hacer el viaje por equis motivo’. La explosión de alegría de esta mujer me indicó lo que había quedado implícito o en silencio en todos los anteriores viajes. Es decir, ella había asumido como una disciplina personal que no interferiría, ni siquiera con la expresión de sus sentimientos,  ninguno de mis trabajos. Y eso ocurría siempre”. 

¿Cuántos bípedos desplumados no le pondríamos papel carbón a este merecido elogio de Javier Darío a su costilla?  Paz sobre la tumba de la mujer que miraba a su esposo asomarse a  la ventana y sabía que estaba trabajando, como dijo no sé quién.

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