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No sé el nombre

Hoy la globalización nos permite preguntarnos por lo diverso.

Siempre he tenido una especie de frustración frente a la estética que se nos ha impuesto a los hombres. En quinto de primaria, en Pamplona, me encantaba usar un suéter de una hermana y, cuando lo hacía, muchas niñas y niños se burlaban de mí porque esa prenda era “de niña”. Recuerdo bien el suéter: el fondo era blanco y tenía dibujada una casa y un paisaje. 

Y el tiempo pasó… y al seguir creciendo con mis hermanas notaba que ellas usaban prendas y estéticas que me resultaban atractivas: pantalones de diversos colores; sombreros; diferentes cortes de pelo; pulseras; aretes; muchas cosas. Y, aunque tenía claro que quería seguir “siendo hombre” dentro de los cánones que se me habían impuesto para ello, guardaba cierto anhelo por apropiarme de algunas de esas estéticas. Y lo hice, y lo hago…

En mi adolescencia me atreví a usar ciertas prendas que normalmente pertenecían a ese universo de “lo femenino”. Para mi fortuna, ya emergían ciertos íconos masculinos que reivindicaban otras formas de vestirse, de ser, de estar. Sin embargo, siempre el señalamiento, la burla. De allí que en el algún momento de la vida opté por lo “clásico”: la camisa “para hombre”, el pantalón “para hombre”, los zapatos “para hombre”, el peinado “para hombre”. Pero “todo cae por su propio peso”, dice el dicho.

En la etapa adulta entonces empecé a usar bufandas “de mujer”, y pulseras, y muchas camisas de flores, y dos piercings… y siempre que íbamos con mi compañera a comprar ropa, le manifestaba mi frustración: “para las mujeres el mundo de la moda es muy diverso, para los hombres no”. Y hoy sé que cada quien se puede vestir como quiere, y hoy sé que no existen fronteras, pero aún así cuesta. Porque sí, existen fronteras. Y lo descubrí hoy…Anoche mi hija me maquilló. Ella, como lo manifesté en Facebook, está experimentando y aprendiendo nuevas estéticas y le gusta ensayar conmigo. Cuando esta mañana llegué a mi trabajo, algunas personas me decían que hoy me veían mejor, que algo “especial” tenía mi expresión facial. Cuando me miré al espejo noté que parte del maquillaje aún estaba en mis ojos. Y debo decir que me gustó. Y no es que ahora quiera maquillarme siempre, pero constaté, una vez más a través de los experimentos de mi hija, que no temo a las estéticas comúnmente comprendidas como femeninas; me gusta corporeizarlas.

Uso barba, me gustan las corbatas y los sombreros de charro mexicano, pero también sé que no me asusta el gusto por otras formas de ser y de estar en el mundo. De allí que sigo usando aquellas bufandas, y gafas “de mujer”, y pulseras, y ciertos colores, y lo que venga. Los cánones de la moda han sido construidos de acuerdo a estándares uniformes, planos y cargados de estereotipos, pero hoy prefiero hacerme otras preguntas. ¿Por qué le sirve a la moda que los hombres no usemos cosas de mujer? ¿Cómo estamos respondiendo a esas nuevas estéticas? ¿Qué estereotipos seguimos construyendo? 

La industria de la moda se empeña en presionar a la mujer para que sus hábitos de consumo siempre crezcan y respondan a lo que la sociedad espera de ellas; y claro, esto nunca se acaba. De allí que hasta en Colombia se hable de cambios de temporada,  cuando ni temporadas tenemos. Pero esa es la moda. La que estéticamente responde a concepciones ideológicas para seguirlas alimentando. ¿Hay avances? Claro. Hoy la globalización nos permite preguntarnos por lo diverso. Sin embargo, cuando pienso en las reacciones que recibo al usar algo que “no es masculino”, siento que seguimos girando en el mismo círculo. Y debemos salir. 

No sé el nombre de esta columna porque no sé cómo enunciar lo sentido. 

Viernes, 5 de Octubre de 2018
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