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Nos pintaron pajaritos…
En sus páginas iniciales el lector tiene la oportunidad de darse un chapuzón en la historia política de Colombia.
Lunes, 29 de Octubre de 2018

Juan Pablo Calvás es un comunicador social javeriano que en una reciente publicación suya, “Nos pintaron pajaritos en el aire”, hace un interesante ejercicio de disección de los gobiernos de las últimas cuatro décadas, es decir, desde Alfonso López Michelsen, y, de entrada, identifica dos grandes grupos sociales que, para desarrollar su proselitismo político y religioso, captan la atención de una comunidad necesitada. 
 
En sus páginas iniciales el lector tiene la oportunidad de darse un chapuzón en la historia política de Colombia, muy somera por cierto porque no es el objeto del libro, como cuando cita el Frente Nacional, el Bogotazo, el asesinato de Vicente Echandía, la clausura del Congreso y el subsiguiente Estado de sitio, lo que nos obliga, así sea mentalmente, a retroceder el casete y cotejar lo que sabemos con lo dicho por el autor y, además, trae a colación antiguas promesas de candidatos presidenciales para develar su verdadero objeto, como estos dos ofrecimientos que iban de la mano: eliminación del servicio militar obligatorio y la docencia en educación básica para obtener los grados de bachiller o universitario.
 
Así como diariamente escuchamos razonar a Calvás en la radio de la misma manera se nos presenta en los capítulos de su libro, y ello es evidente al analizar las promesas o ejecutorias de los gobernantes de turno, como cuando                                                                                                                                           se refiere a “los máximos mercaderes de la esperanza”, “¡Y como dicen las televentas, aún hay más!”, “No olvidemos que Colombia es un país afortunado y tras una mala gestión llega otra que la supera” o para quienes creen que las leyes y decretos lo arreglan todo les dice que “de poco sirve la norma si el motor sigue pasando aceite”, o cuando analiza otra promesa incumplida, como la de no incrementar los impuestos, le dice irónicamente “Gracias, presidente”.
 
Es un lenguaje agudo, picante y mordaz el del autor, sin degenerar en grosería ni maledicencia; más bien, digo yo, es una forma de decir las cosas con crudeza y cantarles la tabla a los exgobernantes “sin temor ni temblor”, y la lectura termina siendo agradable, como en el capítulo sobre el sistema de salud colombiano, el cual puede adicionársele lo dicho por el Defensor del pueblo el domingo pasado en el diario La Opinión.
 
Difícil repasar en poco espacio la variedad de temas: la paz prometida por Andrés Pastrana Arango, la prometida pacificación de Buenaventura, la promesa del tercer canal de televisión, la promesa del túnel de La Línea que viene desde 1913, la promesa de recuperación de la navegabilidad por el río Magdalena, la promesa de la carretera a Nuquí, en el Chocó, etc. En fin, todo un banquete expresado en el lenguaje descrito.

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