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Nuevas formas de morir

Porque si hemos hecho algo bien, a lo largo de los siglos, es matarnos. 

Las redes sociales se han convertido en la plaza pública donde todo el mundo grita, opina, insulta o calumnia. Los madrazos van y vienen y nadie se salva. Los fotomontajes, las noticias falsas, el chisme, la cadena de medias verdades y hasta las amenazas, directas o veladas, constituyen la forma más abyecta de entablar una comunicación. Porque en la redes sociales nadie se comunica. Son millones de monólogos peleando con otros millones de monólogos por cosas tan estúpidas como la religión o la política.

Cada tres o cuatro años sale la noticia en los periódicos y noticieros de que somos el país más feliz del mundo. ¿En serio? Basta leer el odio que se destila por Facebook cuando un uribista comenta una noticia de Juan Manuel Santos. O la guerra a muerte que declara algún simpatizante de las Farc a los militantes de la extrema derecha. No somos, por supuesto, el país más feliz del mundo. Somos odiosos y vengativos. Cualquier tema nos divide: desde asuntos complejos e históricos como un proceso de paz, hasta la frivolidad de si los guerrilleros arman fiesta y bailan en sus campamentos. Nadie quiere ver feliz al otro. Un reinado de belleza, un festival de poesía, un bazar de barrio, un partido de fútbol, son apenas pretextos que buscamos para matarnos de la mejor manera.

Porque si hemos hecho algo bien, a lo largo de los siglos, es matarnos. Nos hemos matado con piedras y con hachas. Con pistola y cuchillo. Nos hemos matado a bala, con dinamita, degollando, asfixiando, enterrando vivo a las víctimas o en hornos crematorios. Con motosierra, con escopolamina o en accidentes aéreos por “fallas mecánicas”. Nos hemos matado de manera preventiva: para evitar una revolución que no existe ni ha existido. Aquí no ha habido una revolución como la mexicana o como las populistas de Perón en Argentina. El pueblo nunca ha motivado un levantamiento político. En más de medio siglo hemos tenido una violencia sin revolución. Hemos tenido sí, una violencia calculada y voluntarista: enfocada a echarle gasolina al incendio. Porque la conflagración no deja ver la raíz del problema: la corrupción de la clase política, por la que muchos babean y venden el alma.

Nos hemos matado muchas veces y muchas veces después de muerto seguimos matando al muerto. Porque hay que matar tres o cuatro veces para que no haya duda. Álvaro Gómez, por ejemplo, después de muerto ha participado en muchas masacres con su filosofía de “la acción intrépida y el atentado personal”. Nos hemos matado porque no hemos aprendido a vivir. Y eso lo ve  uno todos los días en Facebook. Las redes sociales, como su nombre lo indica, son redes (un pez nunca es libre dentro de una red) que asfixian a la sociedad y termina la víctima mostrado lo peor de la condición humana.

Viernes, 16 de Junio de 2017
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