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¡Pablito!

Los diminutivos no les quedan bien a todas las personas. 

¿Usted es el que escribe en La Opinión? –me dijo una voz femenina al otro lado del aire (el otro día decíamos “al otro lado de la línea), por celular.

-Sí señora, buenos días. Yo soy uno de los que escriben en La Opinión.

-O sea que usted sabe dónde ponen las garzas  -no preguntó, sino lo afirmó.

Como yo en realidad no sé dónde ponen las garzas, (apenas he visto algunas, a la orilla del Pamplonita, los domingos mañaneros, cuando voy a trotar), y como me pareció que la dama buscaba camorra, le dije de manera un poco áspera:

-¿Qué se le ofrece, señora?

-Se-ño-ri-ta –me corrigió, golpeadito.

-No me consta –le dije, haciéndole caso al director, que una vez nos dijo: “No se dejen torear. Hay gente que es feliz sacándole la piedra a uno. Hagan derroche de paciencia”. Y me acordé también de la novena de aguinaldos que, en una estrofa de los gozos, dice que la prudencia hace verdaderos sabios.

-Ni le daré la oportunidad de que le conste –me dijo con una carcajada, que no supe si era de amistad o diabólica.

-Señora o señorita –le dije, a punto de tirar la toalla -Estoy ocupado. ¿En qué le puedo colaborar? –como dicen ahora las secretarias.

-Dígame, señor: ¿Por qué no ha vuelto a escribir Pablito? 

-¿Cuál Pablito? –le contesté.

-No será Pablito Escobar, ni Juan Pablo II, ni Pablo Neruda. Pablito, el de los domingos.

-No conozco ningún Pablo con ese apellido.

-Tan toche –me dijo. Se le salió el cucuteño y eso me gustó.-Y no es Pablo, sino Pablito, que escribe o escribía una columna dominical llamada Abstracciones o algo así.

-Ah, el doctor Pablo Chacón Medina- le contesté.

-Qué doctor, ni qué carajos. Él es Pablito, y punto –me regañó.

Caí en cuenta de una cosa. Los diminutivos no les quedan bien a todas las personas. En La Opinión no dicen Ciceroncito ni Eustorgito, ni Edguítar. En cambio Pablo Chacón Medina, para sus amigos es y será siempre Pablito. Amigos de hoy, y amigos de ayer.  No sé por qué. Será por su amabilidad, por su sencillez, por su don de gentes. Me consta que en la calle, los gamines, antes de estar esto lleno de venecos (hay venezolanos y venecos, para que no se me ponga bravo Arturo Valero, el ex cónsul) gamines, digo, emboladores, choferes de taxi, arrastradores de almacenes (cuando había arrastradores) le gritaban desde lejos: “Adiós, Pablito”, y Pablo, el abogado ilustre, el académico, el intelectual, el docente universitario, levantaba la mano, sonreía y contestaba también con un grito: “Adiós, mijo”.

La gente lo quería y lo quiere. Y lo extraña. Y extraña sus columnas de los domingos. Varios amigos también me han preguntado: “Ala, ¿qué pasó con Pablito? ¿Lo echaron? ¿Renunció? ¿O es que está enfermo?”. Yo, que no sé dónde ponen las garzas, alzo los hombros y digo jmmm (algo así como un quejido de ignorancia, de desconocimiento total de la materia).

Pero volviendo a la señorita del comienzo, le pregunté:

-¿Usted es amiga de Pablito?

-No se imagine cosas que no son, malpensado. Ni lo conozco.  Lo que pasa es que soy hija de un chofer de los que lo sacaban en hombros cuando ganaba las audiencias penales, que era casi siempre. Y mi papá hablaba maravillas de Pablito. Desde entonces lo quiero, lo admiro y me hace falta, sin conocerlo. Por eso pregunto por él, porque me quitaron una de mis mayores satisfacciones de los domingos: leerlo.

-La verdad, no tengo ni la menor idea de por qué no ha vuelto a escribir.

-¿Y usted no dizque es accionista del periódico? Debería saberlo o se lo están pasando por la…

-Mire, señora o señorita, ni se le ocurra decir eso en público, porque me puede meter en problemas con la gerencia del diario. Yo soy un simple columnista, y hasta luego.

Le colgué. Pablito estuvo hace poco en un recital poético en la Academia de Historia, de la que es ex presidente. Con alguna dificultad para caminar, pero con la mente lúcida y brillante. Leyó algunos versos y alguna de sus columnas. Fue muy aplaudido. De ñapa, improvisó unos versos para responderle a un joven poeta arboledano, que recitó una ensaladilla. Se robó el show esa noche.

Amable, gentil, buen conversador (no buen conservador, que Pablito es de talante liberal), estudioso de la realidad nacional y local, voraz lector y amante del Derecho y de la poesía. Pueda ser que muy pronto volvamos a tenerlo entre los columnistas más leídos de La Opinión, para bien de sus amigas y de  todos sus lectores que, por lo que veo, son muchos. Dios y José Eustorgio me oigan. 

Lunes, 20 de Agosto de 2018
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