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País de cafres
 No se estaba en un burdel. Se estaba en un escenario deportivo...
Viernes, 6 de Julio de 2018

Darío Echandía, filósofo y político colombiano del siglo XX,  dijo alguna vez: “Colombia es un país de cafres”. La comparaba con una tribu africana con un alto grado de degradación física y espiritual. Años más tarde al preguntársele sobre la frase  manifestó: “no recuerdo haberla dicho pero si la dije les pido excusa a los cafres”. Significaba que los colombianos eran inferiores a esa tribu y, por lo tanto, debía pedirles disculpas. Certeramente, el político tolimense con esta comparación describe la vulgaridad del hombre colombiano. En estos tiempos en que es signo de prestancia social acudir a las malas maneras para hacerse sentir. Aprovechar el desconocimiento del idioma de una mujer para confundirla y poner en su boca lo que obviamente no diría, menospreciarla moralmente, llevándose por delante elementales normas de respeto.  No se estaba en un burdel. Se estaba en un escenario deportivo en el que se reúne la gente para ser feliz, gritar, exteriorizar sus emociones, de manera tranquila y decente. El colombiano que utilizó esta ofensa no es un ignorante. Debía saber que nadie querría que se le utilizara para menospreciarse. 

No es de extrañar la degradación de los colombianos. Es el mismo estilo que desde antaño se utilizaba para celebrar los cuentos de Cosiaca y Pedro Rímales, tenidos por personajes vivarachos, aviones, cuenteros, que se las sabían todas, sin competencia para el mal gusto y la vulgaridad. Eran ejemplo para el que se hace sentir con el mal gusto.  Muchos, aunque se digan cultos, llevan la impronta de estos personajes, estimulados por los medios de comunicación para ganar adeptos. Es una escuela que recorre el país para mostrar que la grosería es de buen recibo. Entre más se digan más risas se producen y más elogios se dan. Era lo que hacía en el estadio un colombiano que casi forzaba a la mujer japonesa para que aprendiera lo que en Colombia es de recibo diario. 

Hay que asistir a un estadio de futbol en Colombia para ver como las  barras bravas y los desadaptados, que se hacen pasar por hinchas, tratan al ingenuo asistente. En Cúcuta era normal, no se sabe si desapareció porque ya no se asiste, ver como se lanzaban bolsas llenas de orines  a los desprevenidos que eran tratados de HP. En un coro de miseria y pobreza moral. Esos personajes eran los buenos y  se estimulaba su asistencia.

Que esto no vuelva a suceder es lo que se pide. No se quiere decir que algunos extravíos pueden suceder en un acto demás, pero otra cosa es que se haga racismo de veinte pesos, se aproveche de la barrera idiomática, se le insista en la obscenidad.   

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