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Pecar y rezar

La debilidad del aparato judicial y su descarnada politización le permite al más cruel de los asesinos o al perpetrador de un genocidio.

Ha hecho carrera en el país, como un cáncer que se extiende en forma descontrolada, pedir perdón con descaro y frescura inusitada por parte de funcionarios públicos o simples civiles, después de acometer fechorías y desafueros.

La misma doctrina religiosa, mayoritaria en este lado  del globo terráqueo, ha contribuido desde que fue inventada e impuesta al fragor de la espada y la sangre, para que con soterrada magnanimidad se perdone al más cruel de los asesinos o al simple ladrón de barrio con el solo arrepentimiento ante una imagen de yeso o frente a un suplantador de sotana y representante del máximo juez celestial.

La debilidad del aparato judicial y su descarnada politización le permite al más cruel de los asesinos o al perpetrador de un genocidio, saldar su deuda con un simple arrepentimiento público o con misivas desabridas pidiendo perdón y olvido.

La justicia ha sido sometida al más descarado y desdibujado diseño para proteger y premiar al delincuente.

Los llamados de cuello blanco, con sus poderosos recursos económicos y desde la atalaya de su encumbrada posición son los mejores clientes del arrepentimiento como simple exculpación de sus penas.

Con más de 100 cadáveres encima, un expresidente saldó su culpa con un  simple y tardío mea culpa. Sigue cobrando y gozando de su jugosa pensión rodeado de los suyos y seguramente elevando plegarias al máximo juez por el eterno descanso de las víctimas.

Otro ex, de corbatín y voz gangosa se fue de este mundo a saldar cuentas con el de arriba por los más de 3.000 simpatizantes y luchadores de la izquierda colombiana asesinados vilmente sin que autoridad alguna le haya cobrado ni mucho menos indemnizado a las víctimas.

Más cruel es el caso del expresidente de las anchas espaldas que con una simple frase y frente a un micrófono escupió su descarada  disculpa; hoy en día es un flamante moralista presidiendo un organismo de esos que son diseñados para exculpar malhechores de cuello blanco.

Solo falta que otro ex, hoy flamante senador, cuando ya hayan sido juzgados y probablemente exonerados sus colaboradores, le pida perdón al país por las fechorías que cometieron durante su mandato con la peregrina disculpa de que eran “unos buenos muchachos”.

Es la politización y su consecuente corrupción, lo que ha hecho que el aparato judicial haya caído en el fango de la desidia y favorecimientos acomodados que han dejado a la sociedad con un sabor amargo y al acecho de toda clase de delincuencia, desde el desarraigo de los más mínimos derechos al ciudadano campesino pasando por ladrones de cuello blanco favorecidos por triquiñuelas judiciales y llegando hasta los más encumbrados funcionarios de la rama judicial atornillados en el puesto para seguir cometiendo toda clase de abusos y corruptelas que le permiten sus altas investiduras.

La enfermiza rama judicial y la crónica debilidad de los sucesivos gobiernos es lo que ha permitido que la subversión armada esté triunfante, sentada en la mesa negociando y poniendo condiciones porque el ejecutivo con su poderoso aparato militar, no fue capaz de ganarles la confrontación armada; ya también empezaron, con desfachatez, a pedir perdón y se comprometen a resarcir a las víctimas a regañadientes.

Desde las más encumbradas posiciones religiosas se han oído mil perdones por los crímenes cometidos (y que se siguen cometiendo) durante más de dos mil años. Mil perdones se han oído desde la diócesis de Boston por los curas pederastas y más cruel aún, faltan mil perdones por los abusadores de niños de las parroquias de nuestro país; deben ser juzgados y penalizados aquí en la tierra y no esperar a que los juzgue el de arriba quien seguramente, en su infinita magnanimidad los absolverá y les señalará un lugar a su lado por los siglos de los siglos amén.

Miércoles, 17 de Febrero de 2016
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