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Poesía en la Academia

Durante este mes poetas y cometasse juntan en el mismo propósito de subir y subir en busca de la efímera gloria.

Agosto es el mes de las cometas, o de los barriletes como dicen en Ocaña. El cielo se llena de colores y de zumbidos y de bamboleos y de cuerdas, y grandes y chicos gozan con el maravilloso espectáculo que los vientos de agosto facilitan, a la hora en que se convierten en brisas para arrullar sueños y cometas.

Desde Cristo Rey, desde La Libertad, desde la Columna de Padilla, desde la Loma de Bolívar, es decir, desde cualquier altura, en esta ciudad, la alegría se lanza a los aires de los domingos, en forma de águilas, de aviones, de figuras geométricas. Termina agosto y terminan las cometas.

A alguien se le ocurrió decir que agosto también es el mes de los poetas nortesantandereanos, tal vez para recordar a Cote Lamus, que un tres de agosto  voló al infinito en busca de nuevos aires y pidiendo más cuerda para su inspiración. 

De manera que durante este mes poetas y cometas (con rima incluida) se juntan en el mismo propósito de subir y subir en busca de la efímera gloria. Algunas veces logran llegar muy arriba, y otras veces cabecean y giran y se descontrolan y se vienen de bruces y sus porrazos se dan.

Como en Colombia, “el que no es pueta es hijuepueta”, los poetas abundan.  Y los hijos de poetas, también. Desde el colegio, los estudiantes que estrenan novia, le dedican versos, pensamientos y, los más atrevidos, les hacen acrósticos. En Pamplona, en mi secundaria, yo me daba mis mañas para hacerles acrósticos a las novias de los amigos y cobraba cualquier cosa, lo suficiente para mis onces del día. Ellos quedaban bien con la novia, pues los presentaban como si fueran de ellos, y yo quedaba bien con mi barriga, que se llenaba de masato y brazo de reina, a la hora del recreo.

Con el tiempo he venido a descubrir que los acrósticos han sido una forma de conquistar amores, desde hace muchos años. Toda muchacha sucumbía ante la ternura y la pasión con que el poeta le hacía versos, apoyándose en su nombre. “Era la primera salida poética”, dice Luis Eduardo Lobo Carvajalino, ex presidente de la Academia de Historia, ex rector de universidades y amigo de versos y canciones.  Seguramente él se metió en el mundo de los amoríos a punta de acrósticos.

Iván Vila Casado, también expresidente de la Academia de Historia y docente universitario, con muchos pergaminos, reconoce que cometió pecados literarios en su época de bachillerato y recuerda el acróstico que le compuso a una linda ocañerita, Jeanette Lobo Rochels, por allá en 1959. Iván Vila no cuenta si el acróstico le dio buenos resultados o sus esfuerzos poéticos fueron vanos, pero lo que sí dice es que, gracias a la franqueza de su mamá, a quien le envió un poema desde el internado en el colegio Caro, de Ocaña, tuvo que retirarse de la senda poética que el destino le señalaba. Dice que su mamá, en lugar de aumentarle la mesada para las onces en el colegio, le dijo con ternura de madre: Hijo, le agradezco el poema de su inspiración, pero dedíquese a otras cosas. Las musas no lo acompañan”. De ahí que en la Academia tengamos un poeta menos, pero un historiador más. Y no cualquier historiador.

Con estas y otras anécdotas, la Academia de Historia de Norte de Santander, hará mañana, a las cuatro de la tarde, un conversatorio de poesía nortesantandereana, que incluye lectura de poemas propios y ajenos, declamaciones, historias, biografías, etc. La invitación es para todos, académicos y no académicos, poetas y no poetas, declamadores de salón, de buseta y de calle. El único requisito es llevar la alegría de la poesía (la rima me persigue, pero no conozco una muchacha que se llame Rima). De modo que quienes han cometido versos en su vida, mañana tendrán la oportunidad de confesarlos en público. Y si a alguno se le ocurre llevar una botellita de vino, ¡bienvenido sea!  

gusgomar@hotmail.com

Miércoles, 15 de Agosto de 2018
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