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¿Qué pasó con la corbata?

Pienso que la corbata empezó a venirse a menos  cuando las mujeres comenzaron a usarla. 

Dadle, Señor, el descanso eterno, y brille para ella la luz perpetua. Casi que podrían cantársele responsos a ese trapito alargado, que servía para disimular la falta de botones, según la definición clásica de corbata. La corbata murió y no tuvo dolientes y se fue a descansar, después del trajín que durante muchos años, o mejor, siglos, tuvo que soportar, a lo largo y ancho del planeta.

La corbata fue de uso obligatorio para médicos, abogados y docentes universitarios y de bachillerato. Los médicos tenían dos características fundamentales en el ejercicio de su profesión: la letra enredada, inentendible, en sus fórmulas, y el uso de corbata en su vestimenta. Los pacientes desconfiaban del galeno que escribiera con buena letra, sin garabatos y sin signos adivinatorios. Pero también desconfiaban del que no usaba corbata, aunque llevara al cuello el estetoscopio y llevara delantal blanco.

En todas las facultades de las otras carreras, los estudiantes veían una materia que se llamaba caligrafía, para mejorar la letra. En cambio, en las facultades de medicina la materia se llama descaligrafía.

Los abogados, por su parte, debían llevar en la mano o debajo del sobaco el Código Civil comentado, y lucir corbata de colores. Un tinterillo, de corbata lujosa y código empastado, era tenido como un excelente jurisconsulto o jurisperito, apto para cualquier magistratura. No así, el abogado descorbatado, de camisa de cuadros y pantalón chichipatoso. Ni siquiera para guardián de la Modelo era tenido en cuenta. 

Los profesores de bachillerato y de universidad (que ahora no se llaman profesores sino docentes), mostraban su sapiencia según fuera su corbata y sus manos untadas de tiza.

Alcaldes, gobernadores, ministros y presidente de la república, así como porteros, jefes y mandos medios, tenían la obligación moral de andar encorbatados. Sin corbata, no pasaban de ser unos pobres diablos.

Los únicos profesionales a quienes no se les exigía vestimenta especial, eran los ingenieros, los arquitectos y los mecánicos. Por razón de su oficio estaban excluidos de dicha tabla de valores.

Eso fue ayer. Hoy, el excelentísimo señor presidente de la república solo se pone corbata cuando va a echar una perorata por televisión o cuando va a recibir al papa o a otro gobernante de las extranjas.  De resto, las corbatas fueron a dar al baúl de los recuerdos.  Y el mal ejemplo cunde.

Pero… ¿cuándo empezó el desmoronamiento de la  corbata como prenda de importancia en la masculinidad? ¿En qué momento perdió status ese trapito de colorines, de mariposas, de paisajes y de muñequitos?    


Pienso que la corbata empezó a venirse a menos  cuando las mujeres comenzaron a usarla. Las azafatas, las meseras de los clubes y algunas ejecutivas incorporaron corbatas a sus vestidos, y ahí fue la perdición para la que fuera una elegante prenda de vestir. Los hombres, machistas como siempre han sido por dentro y por fuera, seguramente se dijeron: Que usen nuestras corbatas, ahí se las dejamos, pero nosotros jamás usaremos sus brasieres. 

 

Jueves, 18 de Enero de 2018
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