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Realidad y ficción

En fin, tantos disparates merecen un comentario.

El escritor español, José Sánchez Marías, acaba de publicar un enjundioso ensayo sobre lo real en la literatura al que tituló, de manera enciclopédica, “Ensayo sobre lo real en la literatura contemporánea y sus límites con la  naturaleza”. Un catálogo de novelas hispanoamericanas que, según el escritor español, deben ser clasificadas como novelas “realistas”, porque su literatura “es compatible con la verdad histórica de los pueblos”. Sánchez Marías es profesor de literatura comparada en la Universidad de Salamanca y escribe ocasionalmente una columna en El País, de Madrid. Sus artículos son densos, sus opiniones sobre el conflicto Palestino tienen resonancia internacional, pero sus textos sobre arte y literatura no sólo son de una pobreza argumentativa rayana en la bobería sino que retoma discusiones ya superada por la historia.

El título del ensayo me parece pretencioso: ¿qué es lo real? Nadie lo sabe, ¿Qué es la literatura? (Jean Paul Sartre escribió un libro de trescientas páginas haciéndose la misma pregunta y no encontró respuesta), ¿A qué se refiere con literatura contemporánea? (Borges se sentía contemporáneo de Virgilio), ¿cuáles son los límites que la literatura tiene con la naturaleza? Ya Aristóteles decía que no había límites sino oposiciones; porque la vida no está hecha de palabras. En cambio, la naturaleza de la literatura es verbal y polisémica. Y, por último, ¿por qué señala a Cien años de soledad como una novela que no habla de realidades? En fin, tantos disparates merecen un comentario.

No puedo estar de acuerdo con la visión estrecha del profesor Sánchez Marías porque la realidad es más amplia de aquella que perciben los sentidos. Cada época tiene sus mitos, sus temores, sus sueños, sus fantasmas, y un ideal del ser humano, que las ficciones expresan con mayor fidelidad que ningún otro género (el reportaje o la historiografía, por ejemplo) está en las novelas. A los lectores del siglo XVI las hazañas de Amadís de Gaula les parecían  realistas porque esas extraordinarias fabulaciones simbolizaban sus más hondos y sensibles deseos. A los lectores del siglo XVIII, que ambicionan lo excesivo, tienen el eco de Gargantúa y Pantagruel

Pretender que la literatura “realista”, es, como dice Sánchez Marías, aquella cuya verdad literaria “es compatible con la verdad histórica de los pueblos”, es demagogia, y la demagogia no tiene nada que ver con la literatura. Porque la literatura no es una escrupulosa pintura de la experiencia real, sino que, al ser contada (la vida, la realidad), de manera literaria, cambian las reglas de juego. El episodio de la masacre de las bananeras contado por Álvaro Cepeda Samudio y, más tarde por Gabriel García Márquez, pertenecen a la exclusiva realidad dramática de la literatura aun cuando en ella se perciban correspondencias con el episodio de la vida real que la inspiró.

Es por eso que tal vez el término “realista”, para definir una obra  que conserva fidelidad con los acontecimientos superficiales de la vida, no cabe en la literatura. Porque la novela, es decir, la ficción,  expresa una verdad de a puño: la de ciertos miedos, sueños o anhelos y que coinciden con los que el autor concretó en su soberbia creación.

Viernes, 8 de Septiembre de 2017
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