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Recordando maestros

Ahora, retirado de la tiza y el tablero, lo recuerdo también en el Día del educador y lo felicito por su tesonero esfuerzo para llegar hasta donde llegó.

1) Mí querida Ofelia: Hay dos épocas del año en que la recuerdo a usted con gran intensidad y el cariño de siempre. En navidad, por el pesebre inmenso que usted hace, lleno de luces y de muñequitos. Los muebles de la sala van a dar al patio cubierto de su casa, los cuadros se recogen y las mesas se patarribean en el cuarto de san Alejo.

La veo a usted, en ropa de trabajo, correr de aquí a allá, y de allá a acá, moviendo imágenes, construyendo montañas y cañadas, haciendo y deshaciendo lagunas, enrumbando pastores hacia el pesebre para que no se queden en el camino haciendo guachafita con el tamborilero y su pobre tambor, y, en especial, puliendo y dándoles vida a las figuras del Nacimiento.

Su pesebre, Ofelia, es muestra de su fe, heredada de sus mayores, don José María Peláez y doña Tulia Herrera (“Tuya”, en lenguaje familiar), y revela su amor por la belleza. 

La otra época en que usted se me mete con alma, vida y pañolón en mi galería de los recuerdos,  es el Día del maestro. Usted,  hija de educadores y familia de educadores, lleva la pedagogía metida entre la sangre. Sus alumnos se nutrieron de sus sabias enseñanzas y estoy seguro de que, en su Día, debieron recordarla con gratitud y cariño.

2) Apreciada doctora Cristina: El colegio Cristina Ballén hizo historia en la ciudad y en la región, no sólo por las enseñanzas que allí se daban, sino por la calidad humana que allí se vivía. Usted le entregó su vida a la enseñanza de niñas cucuteñas y de la frontera, pensando más en enseñar que en beneficiarse de su colegio.

Usted fue y sigue siendo ejemplo de sabiduría, de apostolado y de darse por entero a aquello en lo que usted cree.

Hace falta su colegio, doctora Cristina, hacen falta sus Centros literarios, que tanta fama tuvieron en la ciudad, hace falta su figura dándole brillo a la cultura nortesantandereana.

Pero no importa. Ahí sigue usted iluminando caminos y trochas. Buena esa, educadora empedernida.

3) Rito Aurelio: Aún lo veo en el pueblo, saliendo de la escuela, donde usted era director, coordinador y maestro de tres cursos, porque sólo había dos maestros y les tocaba repartirse la cantidad de niños que acudían en busca de sus enseñanzas. Lo veo, porque terminaba las clases del día (se trabajaba mañana y tarde) y en seguida se iba buscando enfermos que necesitaran de sus inyecciones. 

Fuera del aula de clases, usted era enfermero, médico, sobandero, sacamuelas y consejero espiritual. A usted acudían enfermos del cuerpo y del alma en busca de sanación. Nazarenos, Adoradores e Hijas de María lo buscaban por igual. 

Y lo veo, rumbo al cementerio, a “rajar muertos”, porque usted también hacía de médico legista. Una barbera, una cuchilla de sacrificar cerdos y un serrucho para cortar huesos, eran sus instrumentos médicos para hacerles la autopsia a los matados de cada domingo.

Y por si fuera poco, usted era el secretario de la Inspección de Policía para hacer y firmar, ad hoc, decretos, resoluciones, bandos y comparendos. Porque usted andaba en todo y hasta de sacristán tuvo que hacer en alguna época. Sólo le faltó haber celebrado misas.

De modo, amigo Rito, que usted  dejó huella en el pueblo, como buen educador, como buen maestro, como excelente persona y gran amigo.

Ahora, retirado de la tiza y el tablero, lo recuerdo también en el Día del educador y lo felicito por su tesonero esfuerzo para llegar hasta donde llegó, y ahora gozar de su merecido descanso, al lado de Eva y sus hijos y nietos.

Felicitaciones y les quedo debiendo el brindis, es decir, el guarapo.

Miércoles, 15 de Mayo de 2019
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