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Refugios en reposo

Los frutos buenos se cultivan bien en el corazón, se reflejan en uno de esos espejos que muestran dimensiones maravillosas.

Las raíces románticas poseen el tiempo de los lagos, una espera silenciosa, un letargo conmovedor, como en esos faros de antes, soñando suspiros, moliendo sombras o sembrando luces en nostalgias azules. 

Cuántos nombres escritos en el olvido, cosas bonitas perdidas, auroras de otros días, quimeras, nubes que pasaron y, seguramente, se repiten sin que uno las vea de la misma manera, pero asoman entre los cristales de una lluvia frágil, en rostros y moldes que resplandecen en el recuerdo. 

En el fondo, todo emerge del aroma que se desprende del sueño de la vida, del eco de las campanas del corazón y de la ilusión que se bifurca en colores ante los senderos de la esperanza.

Todo depende de cómo uno construyó sus propios refugios, del valor de sus tesoros escondidos, los que alcanzan aún a trepar las escalinatas y pasan a una deliciosa rutina, bien entendida (espiritualidad).

Si lo hizo bien, aprendió que incluso lo que entristece puede ser fuente de inspiración, o metáfora, o que una ausencia es el camino recorrido bajo la luz de una lámpara que no se extingue, porque se inscribe en el alma.

Los frutos buenos se cultivan bien en el corazón, se reflejan en uno de esos espejos que muestran dimensiones maravillosas, distintas al vacío, y narran palabras escanciadas de la melancolía.

La sabiduría, el silencio y la inmensa libertad que sólo se entiende en el espíritu, se erigen como guardianes del umbral de la intimidad, desde donde se accede al secreto individual, entrañable y recóndito, bendecido por la orla del destino.

Domingo, 9 de Diciembre de 2018
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