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Retorno a casa

Una casa se vuelve refugio y se disfruta, cada vez más, cuando su ambiente se hace simple y grato.

Una casa se vuelve refugio y se disfruta, cada vez más, cuando su ambiente se hace simple y grato: no necesita ser rica, ni tener excesos, sólo despejar el camino a los duendes nobles y alojarlos con gratitud.

No requiere bullicio, ni juegos, ni demasiadas visitas, no, únicamente las tonalidades de la luz que van dotando de colores serenos las cosas para hacerlas bonitas, sencillas, sin aparejos, con la misión de ser música detrás de las sombras o de los rayos de sol, con las jornadas de paz abiertas al reposo.

Lo mejor para describirla es pactar con las sílabas que definen la esperanza, 

sentirla como una secuencia del aire íntimo, o la majestuosa sensación de un silencio que no quiere encontrar la puerta de la salida, sino echar llave a la soledad, que es bonita y posee borbotones de compañía.

La bondad de los huéspedes de la mañana es sublime: los pájaros, el aroma de las matas, las mariposas, el café, los colibríes y las gotas de rocío, que se refugian en las miradas de quienes aprenden a conversar con ellos.

Lo demás –lo externo- es normal, como ha sido la vida, un pasar y un regresar de la gente, de la lluvia, o de las hojas perdidas de los árboles que esperan por la renovación, con su aliado el viento. 

Los pedazos de dolor, viajantes del camino, son menos lacerantes cuando se cobijan bajo la protección de la casa; aquí sólo se permiten las palabras buenas, sembradas en los libros, calladas de por sí, o cantadas por el piano: lo dice la sonrisa leve que viene con los recuerdos.

Domingo, 30 de Junio de 2019
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