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“Solo queríamos votar”

Después de esta época volví en dos ocasiones y notaba que la discusión se hacía más tensa; sobre todo este año.

Solo después del tiempo nos acercamos a comprender aquellos espacios en los que hemos vivido. La primera casa, el pueblo que nos vio crecer, la habitación de la época universitaria, la ciudad que nos acogió por un tiempo. Eso me pasa con Barcelona. Sólo hasta hoy empiezo a dimensionar lo que allí pasa, lo que se reclama, lo que se reivindica, lo que duele. Allá viví un tiempo y además de oír la lengua catalana en muchos lugares, también escuché varias posiciones de gente que abrazaba o rechazaba la idea independentista. Nunca tuve un criterio para descalificar o validar dichas posiciones, porque claro; no soy catalán, no hablo esta lengua, y no he vivido sus procesos culturales, sociales, políticos. No he vivido su historia, ni sus historias.

Después de esta época volví en dos ocasiones y notaba que la discusión se hacía más tensa; sobre todo este año. En julio recorrí algunos pueblos de Cataluña, y la cantidad de banderas y mensajes alusivos al referendo cubrían muchos balcones y ventanas. Indagué, escuché voces, y percibí un sentimiento: la gente quería votar. Algunos apoyaban el sí, otros el no, pero la gente quería decidir. ¿Y cómo no? ¡Esa es la democracia! Hoy, al ver las últimas noticias del referendo y todo el proceso de violencia que se ha generado, es imposible ser ajeno a la tristeza e indignación que produce ver los vídeos que el pueblo catalán pide a gritos que se hagan públicos: policías golpeando cuerpos de gente indefensa, policías vulnerando la democracia. Porque está claro; el referendo fue declarado “ilegal”, pero las razones políticas de fondo, como ya lo afirman expertos en la materia, tienen que plantearse desde una perspectiva de diálogo, de pluralismo, de respeto por la autonomía y autodeterminación.

Actualmente vivo en la provincia de Quebec, en Canadá, y aquí el pueblo québécois ha vivido un proceso muy similar al de Cataluña, con una diferencia fundamental; después de muchos años de conflictos culturales, políticos e independentistas, la Corte Suprema en 1998 se pronunció sobre la obligación del gobierno de negociar, si los québécois quieren separarse, dando prioridad a la autonomía y autodeterminación; se decide que la democracia está por encima de una distinción legal. Para comprender más este proceso, consulté al reconocido escritor y académico Félix Mathieu, quién trabaja en Centro de Investigación Interdisciplinaria sobre la Diversidad y la Democracia. Imposible por el espacio de esta columna citar la totalidad de la entrevista, pero dado que este Instituto mantiene un diálogo constante con organizaciones de Cataluña por las similitudes históricas que comparten, parafraseo cuatro ideas esenciales:

El gobierno central de Canadá escuchó el sentir de los québécois. En España ha primado la razón del más fuerte. No existe diálogo, solo existe la fuerza.

La grandeza ética del movimiento noviolento catalán se enfrenta a un Madrid represivo, que no permitió lo más elemental: el derecho al voto.

Madrid rechazó el pluralismo, y con estas votaciones se cerraron aún más los canales de diálogo. 

En Quebec existen posiciones divididas frente a la idea independentista, pero la gente puede votar. Esto es lo que hace la diferencia.

Afirmó el filósofo Ortega y Gasset: “Yo sostengo que el problema catalán, como todos los parejos a él, que han existido y existen en otras naciones, es un problema que no se puede resolver, que sólo se puede conllevar […]”. Como siempre, el diálogo y no la fuerza. Intentar solucionar con la represión disfrazada de democracia un conflicto histórico solo traerá más violencia al pueblo catalán, un pueblo que como se ha afirmado, solo quería votar. 

Viernes, 6 de Octubre de 2017
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