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Tirria Global

Hay tensión en el ambiente, señoras y señores; se nota el calentamiento moral, hormonal, global. 

No es que no se haya avanzado en la práctica de la tolerancia entre las gentes; claro que sí, tanto, que se tiene la impresión de estar retrocediendo. Según sea el tema que se lance, tal parece que por igual –ya sea en la tundra asiática, en un rincón mediterráneo, un vericueto andino, un fogón caribeño o en cualquier esquina occidental– estamos listos y con la mano en la empuñadura, prestos a sacar la espada que sabemos filuda o recién elevada al rojo vivo en la forja de la tensión. Porque hay tensión en el ambiente, señoras y señores; se nota el calentamiento moral, hormonal, global. 

En cuestión de conexiones humanas –para para no entrar en consideraciones filosóficas, geográficas, educativas, informáticas o religiosas– la Tolerancia y su antónimo habitan nuestro diccionario diario; y utilizamos su significado y sus secuelas por boca o por pantalla cuando Mengana o Perencejo se plantan con sus argumentos o sus sandeces; y así, como la piedra de los molinos o la batería del teléfono móvil, las palabras y sus acepciones, las personas y sus relaciones, se gastan porque se gastan.

Salgamos a la calle para hacer una prueba, sólo una prueba. Ensayemos acomodar a cuatro en una mesa, toquemos el tema de algo tan serio como el fútbol (todo lo que genera pasión y extrema riqueza lo es) y comprobaremos que en pocos minutos la animadversión ya fecunda o por alimentar ha hecho ebullición, y veremos cómo se detestan colores y escudos, se abominan equipos y ciudades, se censuran camisetas y pantalonetas. Respect, ladies and gentlemen.

Sentemos a los mismos cuatro, salve decir que son dos mujeres y dos hombres –para ser equilibrados o malabaristas– en la misma mesa pero otro día y si no se han dejado de hablar, póngales la política por conversación. No hace falta mucho seso para prever que la reyerta está asegurada. Otro deporte: la descalificación por delante y ojalá algo peor por detrás; terreno donde la idea se subordina al disparate o el chovinismo silencia al interés por el conjunto; y todo eso al ondear de banderas y a la pulsación de tuíteres y whatsápperes. Entendimiento señores y señoras.

Para distender el asunto, por ejemplo, sólo por ejemplo, traigamos a un cómico para que les suelte algunos chistes, que resultan ser –como muchos– racistas, machistas y xenófobos (los chistes, no las personas, ni más faltaba). Los cuatro asisten al espectaculito tal vez con risas forzadas, con silencios elocuentes; todos detrás de esa máscara que en público sirve de escudo para no parecer racista, ni machista, ni xenófobo. Autenticidad, señoras y señores.

Y si se nos ocurriera llevar al cuarteto a un cuartito y proponerles por materia la sexualidad –para no entrar en consideraciones filosóficas, geográficas, educativas, informáticas o religiosas– penetraríamos en terrenos cenagosos pero abiertos, vedados pero campantes. Como el recinto lo suponemos oscuro y nos quedamos afuera, ignoraríamos por un buen rato si los personajes van a intercambiarse camisetas o a bajarse pantalonetas, si accedan a mudar de partido o de equipo, o estén propicios a aceptar ciertas ocurrencias. Consentimiento, señores y señoras, señoras y señores. 

Si así fuera, esperemos que al abrir la puerta, veamos salir personas con caras amables, resueltas a defender posiciones sin ponzoña, a embestir sinsentidos con elocuencia; personas dispuestas a pasar esta aventura que es la vida (más su muerte), con más afecto que encono, con más sensatez que necedad, con más endorfinas que doctrinas. Entretanto la Tirria, en su página del diccionario espera –tolerante– no su abolición, sí su desgaste. 
    

Viernes, 6 de Diciembre de 2019
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