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Trancones, medallas y Bolívar
El verdadero motivo de la reunión era inaugurar las nuevas obras, y repartir a manotadas medallas, que le agradecimos al señor Presidente.
Miércoles, 25 de Diciembre de 2019

El calor arreciaba, los trancones arrancaban madrazos y los invitados llegaban tarde. De nada le valieron al obispo su cachuchita morada (perdón, el solideo), ni su carisma de cura intelectual, porque los trancones no lo dejaron llegar a tiempo. Lo mismo pasó con el alcalde y el gobernador, que entraron al recinto, rojos de la vergüenza por la tardanza, ellos de ordinario tan imbombos, que nada ni nadie los enrojece. 

 Afortunadamente, una violinista, como caída del cielo, por su belleza y las melodías que le arrancaba a su instrumento, hacía las delicias de los que iban llegando, de manera que fue ella quien salvó la situación. Yo la comparé con un ángel que se había escapado de los ensayos celestiales para la noche del 24, que ya estaba cerca. Pero, tímido como soy, no me atreví a interrumpirle su concierto para decírselo.

    Hay que reconocer, en honor a la verdad, que algunos y algunas llegaron a tiempo (más cumplidos que novia fea) y se fueron acomodando cerca de las viandas y del vino. De algo les tenía que servir la madrugada. Madrugada, tampoco, porque la cita era a las 4 de la tarde.

   Estábamos inaugurando la remodelación del salón Santander, de la Academia de Historia del departamento, que estaba como una moza estrenando vestido, zapatillas y peinado. Moza es muchacha, según el diccionario de la Real Academia de la Lengua.

   Desde que uno llega, ve los cambios significativos. Afuera, donde antes se sentaban marihuaneros a meter vicio, ahora reverdece un jardín, obra de Corponor. Goyo todos los días manda una cantimplorita con agua para el riego, y unas paletadas de tierra negra con abono.

   En la puerta, un aviso gigante dice Academia de Historia de Norte de Santander, para que nadie tenga el pretexto de decir que no sabe dónde queda y no encontró la sede de los historiadores.

   Adentro, los estantes de libros llegan hasta el techo, y así, el espacio se amplió; el piso es reluciente con baldosas que parecen espejos; las columnas son ahora de granito; las paredes estrenan pintura; las luces son de las modernas, no sé si es un aporte de Centrales Eléctricas, cuyo gerente es miembro honorario de la Academia. Hay nuevos bustos, nuevas placas, nuevas retratos, nuevas cajas para los archivos. Todo, todo es nuevo. Lo único viejo son las escrituras y algunos académicos que dormitamos a la hora de los discursos.

   El artífice de este milagro se llama Luis Fernando Niño, quien es el actual presidente, y no se sabe si atracó a alguien o se alió con algún prestamista, que también los hay en los alrededores. A su lado, la primera dama de la Academia, su esposa Jénnifer, no le pierde patada y es su estímulo, su consejera y la que le mete pellizcos de cuando en cuando, si el presidente trata de descarrilarse. Por algo dicen que detrás de todo hombre grande (mide casi dos metros) hay una gran mujer.

   Empezó, pues, la función aquella tarde de viernes 20 de diciembre. Sonaron los himnos, el Obispo bendijo, pero le faltó el agua bendita, el presidente dio las gracias y el académico Ciro Pérez habló sobre Simón Bolívar. Porque ese era el pretexto, conmemorar un año más de la muerte del Libertador. Por la mañana, el académico Mario Villamizar Suárez había enviado un mensaje lastimoso, por redes sociales: “Murió Bolívar”. Muchos tuvimos que preguntar cuál Bolívar. Afortunadamente se trataba de Simón Bolívar, el que murió hace un jurgo de años en San Pedro Alejandrino.

El verdadero motivo de la reunión era inaugurar las nuevas obras, y repartir a manotadas medallas, que le agradecimos al señor Presidente. Los expresidentes, los colaboradores, el director de la biblioteca, los amigos, en fin. Hasta yo, un humilde ex secretario, llevé del bulto. Me traje mi dorada medalla. ¿Por qué? No lo supe, pero me emocioné casi hasta las lágrimas, de modo que tuve que zamparme varios vinos para calmar la emoción.

Excelente la reunión, excelente la violinista, excelentes las medallas y excelentes los poemas de Fernando Chelle, poeta uruguayo, que ahora nos acompaña en la Academia. Ojalá Luis Fernando siga invitándonos a esas sesiones con medallas y todo. Aunque me toque comprar una cajita de pomada brasso.

gusgomar@hotmail.com

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