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Trump y sus demonios
Pero el remedio a la crisis en que se debaten varios países y que en Venezuela se ha hecho resonante.
Sábado, 29 de Septiembre de 2018

En América Latina, en el siglo XX, los gobiernos militaristas, que tuvieron su origen en golpes de Estado, fueron de horror. Era la imposición de la fuerza apoyada en las armas oficiales, contra la legalidad. La tiranía brutal pisoteaba el derecho. Se hacían trizas las libertades y se imponía bajo el absolutismo represivo la voluntad inapelable de los mandarines de turno. Venezuela, Argentina, República Dominicana, Haití, Brasil, Chile, Ecuador, Panamá, Guatemala, Cuba, Paraguay, Perú, Salvador y Colombia no escaparon a los regímenes de facto, que eran, además, la encarnación de la violencia criminal aplicada a los opositores y de la corrupción en sus más abominables versiones.

Fue un tiempo amargo el que padecieron los pueblos de esta región del mundo. El resultado del poder en función de gobiernos represivos e ilegítimos alcanzó los más altos niveles de atraso, de dependencia económica, con la consiguiente entrega de la soberanía nacional. Todavía se sienten los estragos de ese descarrilamiento. La pobreza no se ha superado y el fortalecimiento de la democracia es incipiente en no pocos casos. De allí provienen muchas de las distorsiones en que han caído algunos gobiernos.

Pero el remedio a la crisis en que se debaten varios países y que en Venezuela se ha hecho resonante,  no puede ser el regreso a la tramoya del militarismo, a lo cual se está incitando desde algunos centros de poder y de lo cual es orientador el presidente Donald Trump por dictado de sus demonios.

Una intervención militar en Venezuela para imponer el cambio de Nicolás Maduro pervierte la política y poda la democracia.  No es el remedio. Y si se aplicara en esos términos resultaría peor que la enfermedad.

Incitar a los militares venezolanos a conspirar para deponer a un presidente es volver a encender la tea de los cuartelazos y darle vía libre a nuevas tiranías, las cuales aportarán más confusiones y no resolverán los problemas pendientes. No sería la construcción democrática de un mandato en perspectiva de soluciones, sino la de una aventura totalitaria de consecuencias impredecibles.

Si se quiere ayudar al pueblo venezolano a salir del laberinto en que se encuentra, la alternativa tiene que estar del lado democrático y en ello no cabe la agresión armada.

Derrocar a un presidente mediante la presión del fuego de las armas es regresar al oscurantismo a que tanto acudieron los militares que buscaban el poder para llenar sus bolsas y cerrarles los espacios a quienes pensaban libremente.

Colombia no pude caer en la trampa montada por Trump. No le sirve al país y menos a Venezuela. Esta nación debe encontrar la clave de una gobernabilidad en un ejercicio político sin violencia y encaminado a solucionar los graves problemas que se acumularon por la falta de lucidez de quienes han manejado el Estado sin el rigor de la responsabilidad que impone gobernar.

Puntada

La propuesta de Zona Económica Especial para Cúcuta debiera ser un tema de mayor interés entre los dirigentes. Pero no hay voluntad para romper el hielo y entrar en el debate.

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