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Una lágrima por las ballenas

Miles de delfines y ballenas que los pescadores japoneses están empeñados desaparecer con pena y sin gloria.

Ministro japonés de pesca, no reciba mi cordial saludo. 

¿Cómo lo voy a saludar cuando en su país seguirán cazando esas limusinas del océano que son las ballenas?

Le robo parte de su tiempo para echar una lanza en favor de miles de delfines y ballenas que los pescadores japoneses están empeñados desaparecer con pena y sin gloria.

Si no acoge mi cordial intriga de parar esa cosa, le pediré a su esposa que no le vuelva a escoger la ropa ni lo peine antes de despacharlo para su oficina a levantar el sushi con el sudor de su frente.

En internet y por  televisión hemos visto imágenes que muestran que en la patria chica y grande de los crisantemos, han vuelto a matar ballenas, así peligre su cuarto de hora en el océano. 

Y pensar que uno de sus creadores escribió un libro tan bello como La casa de las bellas durmientes.

También siguen matando delfines. Todo para que los consumidores que puedan pagarlo, consuman sushi. 

¿No les da pena en su civilizado país de ojos rasgados, como de geisha, permitir semejante Pearl Harbor contra estas sonrientes y altivas gaviotas del mar? 

¿No se les ponen redondos, monótonamente occidentales,  los ojos con semejante atropello?

No les dan la oportunidad de envejecer, de morirse de una prosaica gripa, o ennieteciendo. 

No, los empresarios que están detrás de este Hiroshima ictiológico, los prefieren muertos en su espléndida primavera.

Eso está mal, señor ministro. 

Por favor, júreme que eso no es cierto, que son calumnias, que en el país de los samuráis, de Kirosawa y de Kawabata, en el remoto oriente donde el cielo empieza a desperezarse y a quitarse las cobijas de encima, se podrá volver a soñar con delfines y ballenas que mueran consentidos por sus nietos, con los pies metidos en agua con sal al llegar el ocaso.
 
 ¿Habrá algo más tierno que un delfín, Chaplin del agua,  señor? ¿Después de verlos no se le pone el corazón de algodón? Si hasta provoca invitarlos a comer helado a un parque de diversiones. Son de los pocos seres “humanos“ que viven en  perpetuo viernes festivo.

 Las ballenas no disponen de mucho tiempo para la lúdica  porque tienen que andar de aquí para allá regando de herederos los mares del mundo. Hoy hacen el ruidoso amor aquí, después, en cualquier  lugar del charco. Cuando se les ve retozando en alta mar, se advierte que disfrutan la vida. Y si sospechan  que los están mirando, sueltan todo su repertorio de saltimbanquis acuáticos.

Delfines y ballenas me han hecho saber en su misterioso esperanto de susurros que no quieren morir, que, por favor, les pongan  punto final a esas actividades ilícitas, perversas a morir.
(Va con copia a sus colegas de Islanda y Noruega, país que adjudica el Nobel de Paz, que también  autorizan esa barbarie).

Sábado, 13 de Julio de 2019
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