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Una palabra blanca

Una palabra que supere el afán inicial de la grosería.

Es imprescindible conceder a la palabra una responsabilidad sabia tal, que descorra el velo de tanta negligencia moderna: una palabra blanca, luminosa, vital, fundamental y humanista, valiente pero sonrojada, renacentista pero melódica y pródiga en misericordia, algo así como una bonanza de colores, con el blanco en lid de giro tonal a los demás.

Una palabra que halle los verbos bonitos para contar, admitir y corregir la terrible realidad, sin perder la grandeza de la decencia y la dignidad, que son simientes de esperanza para una intención de convivencia armónica, serena e inteligente.

Una palabra que supere el afán inicial de la grosería y la violencia, que describa y narre, con el propósito noble de comunicar ideas, con respeto y arte, auténtica pero, de suyo, cada vez más espiritual, educada, misionera en la labor de ser eslabón de los sentimientos.

La humanidad debe defender sus tradiciones en estos tiempos y, por supuesto, los valores y la ética en una nueva fuente de cultura de la palabra, para acoger la ilusión mayor de dar hegemonía a lo humano sobre lo animal.

Y, sin necesidad de ser purista o arcaica, encontrar el sendero de academia en que sea fermento de coherencia en la crítica, conservando el gusto por un compromiso intelectual cauto pero, a la vez, más vasto en el alcance de contextos de contacto propicios al entendimiento y al divino don de la razón.

Una palabra humilde, alegre, que se conmueva ante las miserias, que contribuya al ejercicio de la libertad responsable; en fin, que sea como una oración social que siembre núcleos de solidaridad en cada signo vulnerable de la humanidad y, a veces, se llame silencio.

Domingo, 1 de Abril de 2018
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