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Yo también
Los hombres nos creemos dueños de los espacios públicos y privados, y por eso intentamos apropiarnos de todo lo que habita en ellos.
Jueves, 19 de Octubre de 2017

En la última semana se ha hecho viral una campaña que busca visibilizar el acoso sexual. Con el hashtag #MeToo o #YoTambién (en español), muchas mujeres han utilizado sus perfiles en redes sociales para relatar sus experiencias: todas se han enmarcado en el dolor, la violencia y la humillación. Mujeres, porque claro, son ellas las que histórica y sistemáticamente han sido vulneradas con este tipo de violencia de género. ¿Y, qué estamos haciendo los hombres frente al fenómeno, comprendiendo que somos los principales responsables de reproducir dichos acosos?

Empiezo por algo. También fui víctima de acoso; en mi infancia una universitaria que vivía en mi barrio me pidió que la dejara entrar a casa pues necesitaba el baño. Una vez lo utilizó, y sabiendo que me encontraba solo en ese momento, intentó seducirme; me tocó y me besó, pero en esa época solo podía sentir desconfianza, vergüenza y miedo. Era un niño. Al final, preso del pánico y el pudor, me tapé el rostro con mis manos, me tiré al suelo y encogí mi cuerpo para protegerme. Al notar mi reacción ella partió y nunca más volvió a dirigirme la mirada. Nunca hablé de esto, pero después de ver tantos relatos es inevitable sentir la fuerza para hacerlo y decir “yo también”. Y no, no quiero equiparar, todo lo contrario. 

Sé que este drama lo han vivido otros hombres, pero también sé que las principales víctimas han sido las mujeres. Las cifras no mienten. Y es que además este no es el punto: posturas que simplifican el acoso sexual contra las mujeres argumentando que los hombres también hemos sido víctimas, solo hacen que el fondo del problema se haga perpetuo. Y claro, eso sin contar posiciones aún más destructivas que se orientan a legitimar el acoso indicando que el mismo no responde a un acto de violencia, sino a una intención de halagar, de galantear, de piropear. 

Diversos estudios y legislaciones coinciden en que el acoso es “cualquier comportamiento sexual verbal, no verbal o físico no deseado que atente contra la dignidad de una persona y crea un entorno intimidatorio, humillante u ofensivo”. He aquí el núcleo esencial del problema: si no deseo, no tengo porqué recibir. Por esta razón después de reconocer que “yo también” he sido víctima del acoso, asumo que “yo también” he sido acosador. En el colegio me unía a voces masculinas que con morbo se referían a niñas de otros colegios, sin saber si ellas lo deseaban; en el ejército todo se amplificaba: nos ubicábamos en la entrada del batallón a manifestar nuestros deseos sexuales a las mujeres, una vez más, sin saber si ellas lo deseaban; en la universidad, lo mismo; y por muchos años más y por miedo al cuestionamiento masculino, siempre me sumé a posturas que me hacían sentir con el derecho de verbalizar mis deseos contra las mujeres.

Los hombres nos creemos dueños de los espacios públicos y privados, y por eso intentamos apropiarnos de todo lo que habita en ellos: somos producto del patriarcado, un patriarcado que hace 5.000 años nos ha dado ese perverso privilegio. Por esta razón encontramos natural expresar nuestros deseos sin saber si con esto vulneramos o, lo que es peor, comprendiendo que en efecto lo hacemos. Nunca he acosado físicamente a una mujer, pero con esta campaña entiendo que la invitación nos convoca principalmente a no agredir y a creer en las denuncias, pero también a reflexionar en las prácticas culturales que al final terminan legitimando las vulneraciones que durante siglos han violentado a las mujeres. Quedarnos en el “yo no acoso”, “yo sí respeto”, es una postura estéril y evasiva que solo desdibuja una problemática que humilla y violenta. Permitamos, señores, que la autocrítica nos posibilite entender la esencia de la campaña. Qué viva la magia de la conquista, la seducción, pero que siempre seamos conscientes de que el límite es comprender que debemos contar con el deseo y el consentimiento de la otra persona.

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