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Acuérdate que eres polvo

Lo malo de la cruz de la ceniza era que los curas chambones untaban como fuera la ceniza y a veces quedaba en la frente un parche, lo menos parecido a una cruz.  

Esa era la fórmula ritual con la cual los curas de antes imponían la ceniza, al comienzo de la cuaresma. Me gustaba, porque nos recordaba que venimos de la tierra y a la tierra volveremos, que nuestra naturaleza es frágil como el barro, que hay polvos buenos y polvos malos, pero el hombre fue hecho del peor de todos. Por eso andamos como andamos: “Cagaos y el agua lejos”, decía mi abuelo Cleto Ardila, el arriero.
   
Alguna vez escribí algo por lo cual un cura me regañó, pero hoy, con el debido respeto y con mi fe intacta, lo repito: Dios se equivocó al escoger el barro del cual hizo a Adán. Buscó del peorcito, lleno de cagajones y de piedras y de suciedades. Si hubiera tomado de la arcilla cucuteña, la mejor del mundo según dicen, otro gallo nos cantaría. Seríamos tipo exportación.    Pero bueno. Así nos tocó y así será. 
     
Llegó el Concilio Vaticano II y los curas, por miedo a los mamadores de gallo, cambiaron la fórmula del polvo por frases que no dicen nada concreto: “Cree en el evangelio”, “Arrepiéntete y ayuna”, “Es tiempo de penitencia”.  Y llegó la pandemia, y acabó con todo. Con el polvo, es decir con la ceniza y con la fórmula ritual. Ayer, las iglesias estaban cerradas casi todas, de modo que muchos nos quedamos con las ganas. Lo dicho: el tal Coronavirus mandó nuestras costumbres pal carajo.
   
Lo malo de la cruz de la ceniza era que los curas chambones untaban como fuera la ceniza y a veces quedaba en la frente un parche, lo menos parecido a una cruz.   Alguna vez sorprendí a una secretaria de la alcaldía, detrás de un árbol en el parque de Santander, con un espejito y una escobilla tratando de arreglase la cruz de la ceniza. Acababa de salir de la catedral y le daba pena llegar a la oficina con ese pegote de ramo bendito quemado, mancillando su frente de reina.
      
Con la imposición de la ceniza se daba comienzo a la cuaresma, tiempo de oración, de ayuno y penitencia, como preparación a la Semana Santa. A propósito: la cuaresma también es una cuarentena: Desde ese miércoles hasta el domingo de Ramos hay cuarenta días, lo que quiere decir que en este tiempo de pandemia nos abrochan con doble cuarentena: la que decretó el gobierno y la de la iglesia. 
   
La una nos impide salir libremente como antes lo  hacíamos, nos obliga a andar con la boca y nariz cubiertas, nos aleja dos metros de seres queridos y no queridos, nos coarta la libertad de salir y nos mete de cabeza debajo de la cama con el cuento de que no nos contagiemos.
   
La otra cuarentena, la de la iglesia, nos predica que la vaina está fea, que hay que dejar de pecar, que es mejor la tranquilidad del cielo que la candelada del infierno. Y nos hablaban de ayuno con abstinencia, mermarle a la carne y salirle al bagre, dejar tanta guachafita y tanta sabrosura aunque sea por cuarenta días. 
   
Afortunadamente Francisco, el Papa, vino en nuestra ayuda.  Ya dijo que el ayuno y la penitencia y el no comer carne, podían reemplazarse por amor. Querer al prójimo, dar limosna, sonreírles a las muchachas (y viejas), saludar a todo el mundo, consolar al triste y al amargado, no pararles bolas a las cantaletas de la doña, vestir más que desvestir, son también maneras de guardar la cuaresma.
   
Estamos, pues, advertidos. Al cielo no necesitamos llegar flacuchentos, de tanto ayuno. Pero sí muy alegres de corazón. Buena esa, amigo Francisco. 
 
gusgomar@hotmail.com

Jueves, 18 de Febrero de 2021
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