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Agroindustria: sustituto para la exportación de hidrocarburos y carbón
Los cacaos de Norte de Santander desde el siglo XVIII tienen unas notas que los hacen altamente deseables en Europa
Viernes, 1 de Octubre de 2021

Desde el siglo previo a la Independencia, Norte de Santander y particularmente, el Valle de Cúcuta, han sido bendecidos con la producción de excelente cacao y café, que se convirtieron en productos de exportación e impulsaron un desarrollo pujante que se concretó en megaproyectos tales como el ferrocarril de Cúcuta que llevaba estos productos hasta el lago de Maracaibo para su exportación a Europa.

Mientras que el café tiene su origen en Abisinia (actual Etiopía) y llegó a Salazar de Las Palmas de la mano de un cura que ponía por penitencia sembrar matitas que le llegaban desde Mérida, el cacao tiene su origen en la Amazonía colombo-ecuatoriana de donde se difundió hacia México, hace miles de años. Según una historia publicada en la revista Diners, sería la nobleza azteca la que lo llamó Kak´aw, palabra que los conquistadores entenderían como cacao. Con semillas molidas junto con maíz y ají, preparaban una bebida llamada Xocolat, que se tomaba caliente.

El sabor y aroma del cacao varían según el terreno donde se cultiva. Los cacaos de Norte de Santander desde el siglo XVIII tienen unas notas que los hacen altamente deseables en Europa y que, por consiguiente, constituyeron un renglón muy importante de exportación de lo que en esa época era la provincia de Pamplona.

En su libro recién publicado, Antonio Nariño polifacético, nos cuenta Mario Villamizar que cuando, disfrazado de cura pasó por Pamplona, lo aloja-ron en casa de doña Águeda Gallardo, donde aprendió a hacer el chocolate de “las tres tazas” que después  llevó y popularizó en Bogotá donde se servía en las tertulias santafereñas y fue degustado por Bolívar y Santander.

Estudios recientes demuestran que tomar chocolate tiene efectos cardioprotectores por su alto contenido de flavonoides y antioxidantes que, además, mejoran la actividad cerebral.

En cuanto al café, un estudio con más de 468.000 personas presentado a la Sociedad Europea de Cardiología hace un par de semanas, encontró que el consumo diario de entre media y tres tazas de café estaba asociado con una disminución en el riesgo de morir por enfermedad cardíaca, trombosis  y muerte temprana por cualquier causa.

Otros estudios muestran que el consumo del café protege de la diabetes tipo 2,  mal de Parkinson, enfermedad hepática, cáncer de próstata, Alzheimer y otras dolencias. El profesor David Kao, director del Centro de Medicina Personalizada de Colorado, decía que la asociación entre el consumo de café  y la reducción de riesgo de desarrollar falla cardíaca, del 5 al 12% por cada taza de café consumida diariamente “es verdaderamente sorprendente”. En las fincas de nuestro Norte de Santander se producen cafés excepcionales que se venden en el extranjero de 7 a 9 dólares la libra.

Creo que es hora de que nos preparemos para la transición energética.  Aquellos que le apostaron a vender petróleo y carbón para importar comida, van a perder la apuesta porque el efecto climático que nos afecta posiblemente nos deje sin compradores de minerales energéticos en menos de diez años. 

Y es el café y el cacao, cuyas propiedades cardioprotectoras debemos resaltar ante compradores internacionales y con el valor agregado que le darán nuestros artesanos al producir chocolates finos de exportación, lo que junto con los aguacates, lo que posiblemente nos pueda salvar de la catástrofe económica y  nos permita lograr la seguridad alimentaria sin la cual la sociedad misma no es viable. 

Tenemos que volver a un principio básico de los países ricos: primero se asegura suficiente comida para su población y solo después se diversifica la economía y se exportan los excedentes. No podemos aceptar el papel de la especialización de las naciones que predicó Ricardo al comienzo de la revolución industrial y que nos relega a producir materias primas para que los países industrializados las transformen y se hagan más ricos, mientras nosotros vendemos nuestros recursos y nos hacemos cada vez más pobres. La ciencia debe acompañarnos para lograr así nuestra independencia económica.

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