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Álvaro Yáñez Peñaranda, en Filbo

Creo que la novela de Álvaro será la mejor obra llevada al estand de Norte de Santander.

El doctor Álvaro Yáñez Peñaranda hace presencia mañana en la Feria Internacional del Libro con su interesante novela de ficción histórica: ‘Las Horas de la muerte’, sobre la agonía del del emperador Napoleón Bonaparte.

Seguramente muchas coincidencias alrededor de tan gigantesca personalidad histórica llevaron al novelista a abordar imaginativamente la encrucijada de sus últimos cinco años, los meses y los días de su prisión en Santa Helena, que Inglaterra y el mundo europeo de su época más le temían en su encierro, que en su libertad guerrera que doblegó a casi todos.
   
Sí, muchas coincidencias motivantes para cualquier latinoamericano que abreva nostalgias de libertad desde la Francia revolucionaria que globalizó los derechos del hombre y que con la invasión a España por el emperador catapultó la independencia.

Pero más coincidencias motivantes para novelar, si un nortesantandereano como Álvaro las junta para entretejer, que justo tres días después de la muerte de Napoleón, en Santa Helena, ocurrida el 5 de mayo, en una aldea en trance de gran poblado como Villa del Rosario de Cúcuta, el 8 de mayo de 1821 se instala la Constituyente que dará vida a una nueva república con la de 1821.

Juntar, además, otra gran coincidencia del apellido Antommarchi de dos hermanos de sangre, el uno en la isla Prisión de Santa Helena; Francesco, como médico personal del emperador moribundo y quien practicó su autopsia con el mandato del emperador que fuera meticulosa y el otro por aquí en Cúcuta,  estos herriales de Dios que inquietan al novelista.

Creo que la novela de Álvaro será la mejor obra llevada al estand de Norte de Santander, por la calidad de su prosa clásica y el tinte imaginativo. Uno llega a las primeras páginas con tanta prevención como ansiedad, pues muchas versiones conspirativas del viejo continente afloraban desde los mismos días de la privación de la libertad del genio de la guerra. De ahí la orden de su autopsia meticulosa.
Fue tan intensa la especulación del manejo de la privación de la libertad del prisionero que la final la nube de la sospecha llego a empañar al propio médico Antommarchi.

Los últimos adelantos científicos lograron verificar la tesis  del envenenamiento del emperador por arsénico. ¿Quién lo suministró e los escasos y permanentes  acompañantes del emperador? ¿Si todos tomaban los mismos alimentos?  Ah, excepto un vino de Constanza, del cual el genio de la guerra consumía hasta dos  vasos diarios.

¿Quién el sospechoso? ¿Louis Marchant su ayuda de cámara? ¿Abraham Noverraz y Etiene Saint Dennis sus subordinados de confianza? ¿El mariscal Bertrand o el general Tristán de Montholon? ¿O el propio médico Francesco Antommarchi?  

¿O la conspiración tan comentada por los especuladores históricos fue otra ficción? Hay que leer el libro y valorar la imaginación del novelista Yáñez Peñaranda. ¡Ah y es Gramalotero!

Adenda: Siempre he sostenido que la soberbia pierde la asesoría jurídica en el departamento. De pronto  la copia (tal cual) de la ordenanza demandada pierde un proyecto por no haberla corregido. Sí, cuando Dios quiere perder a los hombres, los torna soberbios.

Miércoles, 27 de Abril de 2016
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