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Amigos que se van…

Ramiro Calderón Tarazona era una cascada alegre, amistosa y llena de sabiduría.

RAMIRO CALDERÓN TARAZONA. Llegaba a la Academia de Historia con la bata blanca de médico y una sonrisa y un apretón de manos para todos. Y cuando intervenía en las sesiones,  era como una cascada de conocimientos que le fluía al natural, sin hacer ningún esfuerzo, como  cascada de agua que se desprende de lo alto y  riega y adorna todo lo que le rodea.

Ramiro era una cascada alegre, amistosa y llena de sabiduría. Sabía de todo: historia nuestra y universal, antigua y futurista; filosofía en sus distintas vertientes; sicología, educación, y por supuesto, neurociencia, su especialidad.
 
Alguna vez lo escuché recitando algún poema de un  autor colombiano. Empezó presentando excusas por no ser poeta ni declamador, pero quedamos asombrados porque resultó poeta y declamador de los buenos.

Pero lo extraordinario en Ramiro era su calidad humana. Su darse por entero. La cordialidad y la alegría eran su tarjeta de presentación. Se fue de golpe.  En la Academia de Historia de Norte de Santander deja un vacío difícil de llenar.

LUIS ALBERTO LOBO JÁCOME. Un caballero a carta cabal. Expresión cierta de aquel adagio popular: De tal palo, tal astilla. Hijo del expresidente de la Academia de Historia, Luis Eduardo Lobo Carvajalino, de quien heredó su señorío y su afán de servicio.

A Luis Alberto, médico, los pacientes lo buscaban no sólo por su calidad profesional, sino por su calidad humana, de hombre íntegro.   Más que en el consultorio de un médico de profundos conocimientos, quien allí llegaba en busca de alivio a sus males,  se sentía casi que en familia, y salía aliviado, no por el tratamiento en sí,  sino porque Beto  le ponía el corazón a su oficio de escudriñar dolencias.

A sus amigos y sus pacientes (muchos de la Academia), su partida  nos dolió profundamente. 
     
CARLOS EDUARDO ORDUZ. Escritor, educador e historiador, enamorado de Cúcuta. Publicó varios libros,  sobre la Cúcuta de antes, sus personajes, sus costumbres, su cultura.
   
Carlos Eduardo fue una muestra humanada de lo que es la sencillez, porque ocultaba su sapiencia bajo una apariencia de hombre del común. Uno se lo topaba muchas veces por la calle, distraído, pensativo, craneando seguramente el próximo libro. 

Cúcuta necesita muchos Carlos Orduz, que escudriñen su historia y escriban sus crónicas. Desde el infinito nos seguirá acompañando en este tejemaneje de la cultura.

ANTONIO MARÍA SÁNCHEZ.  De Las Mercedes. Compañero de escuela, de trompo y de voladas a la quebrada a bañarnos antes de ir a clases de la tarde. Hizo de todo en Las Mercedes: Nazareno, dirigente comunal, organizador de fiestas patronales, dirigente deportivo, cargaladrillos para la iglesia, organizador de convites para llevar imágenes de los santos por el camino de herradura, y cuando hubo carretera, convites para arreglar los pasos feos, es decir, toda la carretera. 
   
Antonio fue politrabajador: albañil, electricista, cuidador de niños, agricultor y techador de goteras en el pueblo. Sobresalió como futbolista (con Ramón Morantes, Isidoro Acuña, Chepe Mendoza, Juan sin gorro y otros) y fue goleador en el Real Mercedes, un equipo que hizo historia regional.
   
La casa de Antonio era un club: casa de banquetes, reuniones sociales, celebraciones, rumbas. Allí encontraba uno música de la buena, un patio de árboles frondosos, cancha de tejo, billares y, sobre todo, las atenciones de María Atuesta, su esposa, y de sus hijos, tan buenos como él. Cuando en Las Mercedes apareció  otro virus, el armado, Antonio empacó sus chécheres, echó mujer e hijos a un camión y a Cúcuta vino a dar.
  
La partida de Antonio, mi gran amigo, me arrugó el corazón y el de todos los mercedeños.

gusgomar@hotmail.com

Lunes, 21 de Diciembre de 2020
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