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Antes y después de la pandemia

Y entonces volvemos a lo que ya tanto se ha dicho: Nada volverá a ser como antes.

Alguien dijo que el hombre es un animal de costumbres. Y hasta razón tendrá. Pero no habló de la mujer. Por algo será. Seguramente a la mujer le cuesta más trabajo acostumbrarse a las cosas a las que el hombre se acostumbra con mucha facilidad. 

Antes de que se alborotara este virus, que nos obligó a vivir escondidos o a usar antifaz como los guerrilleros, estábamos habituados a ciertas cosas, unas buenas y otras malas, pero llegó la pandemia y todo se nos patarribió.

Y entonces volvemos a lo que ya tanto se ha dicho: Nada volverá a ser como antes. Y así como para muchas fechas de la historia se dice A.C. o D.C. ahora nos tocará escribir A.P. y D.P. Veamos algunos ejemplos:

Antes de la Pandemia, A.P., los viernes era costumbre casi que obligatoria la jartazón. “Hoy es viernes y el cuerpo lo sabe”, decían por redes sociales.  Y estaban en lo cierto. Ese día se trabajaba con alegría, con entusiasmo y hasta con emoción porque a partir de las seis de la tarde el mundo era otro. Los músculos se distendían desde temprano, la sonrisa alegraba el rostro de los que estuvieron amargados durante toda la semana, las suegras volvían a ser amables y las secretarias volvían a atender con efusividad. Por la ciudad se extendía una capa de satisfacción, la música sonaba a todo volumen y carros y motos volaban. Los más felices eran, desde luego, los dueños de restaurantes, bares y metederos.

Otros hablaban de “Viernes culturales”. Esa era nuestra cultura: Darles rienda suelta a las ganas de pasarla sabroso. Como los sábados poco o nada  se trabajaba, nadie se preocupaba por llegar temprano a casa o simplemente no llegar.  Las esposas ya lo sabían y que el marido llegara de madrugada, no era problema alguno. Era viernes cultural. Pero ¡ay! del marido si trataba de hacer lo mismo un martes o un sábado. Cantaleta segura, escenas de celos y amenazas de separación: “Otro lunes que usted me vuelva a amanecer en la calle, va a encontrar sus trapitos en la puerta y se larga a seguir la vida donde amaneció”. Todo eso era antes de la pandemia (A.P.)

Pero llegó la cuarentena y se acabaron los viernes culturales, las celebraciones en la empresa, las reuniones de amigos, los partidos de bolas criollas, los chicos de billar en el club.  Los viernes  son ahora tétricos, angustiadores y  sin esperanza alguna. La sequedad se apodera del organismo. Las estadísticas muestran que las separaciones matrimoniales en este tiempo, D.P., se dan los viernes, porque ya esposo y mujer se habían acostumbrado a los dichosos viernes, llenos de dicha y alegría, lejos el uno del otro.

Otro ejemplo: el fútbol de los domingos. Ir al estadio a animar a su equipo preferido  era liberarse de las toxinas acumuladas  que envenenan cuerpo y alma. La gorrita, la almohadilla para no sentarse en el puro cemento de la tribuna, la ropa deportiva y unos billeticos para el bofe frito y la cerveza fría, eran indispensables cada tarde dominical. Ganara o perdiera el equipo, siempre había un motivo para celebrar. Fuera lo que fuera, la tarde del domingo con fútbol era especial  para prepararse para la jornada de la semana.

Hoy, el estadio vacío, los jugadores dándole pata al balón sin espectadores, las tardes dominicales se vuelven jartas y hasta odiosas.

Falta ver cuándo nos acostumbraremos a tantas limitaciones corporales y espirituales a causa del animalejo. Quiera Dios que sea muy pronto. Ya vienen las vacunas. Ojalá sirvan de algo. 

gusgomar@hotmail.com

Jueves, 11 de Febrero de 2021
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