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Arrorró mi viejo…

Estos viejos que -quizá también- nacimos de noche, no queremos que nos lleven a pasear en coche, sino que nos estimulen a valernos solos y a mecernos en ilusiones para, al revés, adormecer nosotros al sueño.

“Arrorró mi niño”, es ahora una plegaria bonita, en pasado, que los viejos debemos entonar con la alegría de saber que el destino ha sedimentado los años en el alma como una reserva -valiosa- de recuerdos del tiempo bueno.

Sin embargo, la sensatez debe animarnos a ser coherentes y entender que la letra cambió, que ya no somos ni “mi sol”, ni “pedazo de mi corazón”, ni escuchamos la voz dulce que nos quiere hacer descansar, porque - ¡qué tal! - este anciano lindo se quiere dormir y el pícaro sueño no quiere venir.

Si no quiere, lo esperamos con paciencia, sumisos, o lo cambiamos por horas de estudio, por música, por versos, por las canciones de las hadas madrinas - porque sí las tenemos-, que no nos hacen la cuna de rosa y jazmín, sino de los pedacitos de corazón sembrados en cada antorcha de luz que encendimos.

Estos viejos que -quizá también- nacimos de noche, no queremos que nos lleven a pasear en coche, sino que nos estimulen a valernos solos y a mecernos en ilusiones para, al revés, adormecer nosotros al sueño.

Y ser como los soles brillantes de aquella tonada, sin dar guerra ni molestar y, menos, inspirar lástima, para ennoblecer el estado supremo de reposo y libertad que la vejez posee, con costumbres moderadas por la ecuanimidad senil y el espíritu azul de la añoranza.

Epílogo: Las ideas son nuestras nodrizas y nos arrullan ninfas, duendes bondadosos, ángeles y coros eternos, para cumplir la grata la misión de enrollar el ritmo de la vida, con una oración agradecida colgada de los labios.

Lunes, 8 de Noviembre de 2021
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