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Bravo, campeón

Ahora escribo sobre el triunfo de Egan, con la seguridad de que en el periódico no me van a colgar lo que escribo. Bravo, campeón. Bravo, campeones. Bravo, recuerdos de mi pueblo.

Hoy voy a hablar de la bicicleta. Perdón. De los que montan en bicicleta. Los que saben y los que no saben montarla. Los que llegan a ser campeones y los que no llegan ni a la esquina. Los que le salen al sol y a la lluvia. Y los que se queman con cualquier solecito y los que se empapan con cualquier llovizna. Los que se hacen campeones de vueltas, estilo Egan Bernal, y los que escasamente hacen algún mandado en su bici. Pero es que todo, unos y otros, ellos y ellas, ganadores y perdedores, merecen nuestra felicitación.

He contado más de una vez que yo conocí las bicicletas cuando aún no había carretera en el pueblo. Contaba yo siete años (yo ya contaba) de edad cuando llegó a mi pueblo un ocañero, Juan Francisco Vila,  de maestro de escuela. Su estilo de enseñanza era otro. No con la férula, de la que traté hace poco, sino con la bicicleta como estímulo. Todos los lunes nos decía: “Ya lo saben, mis queridos alumnos. El domingo pasearé en bicicleta por las calles del pueblo a los que hayan sido los mejores estudiantes durante la semana”. Y claro. Por montar en bicicleta, los alumnos nos esforzábamos por ser los mejores para lograr el paseo por las calles empedradas del pueblo.

Ya lo he contado, pero lo repito, que la primera mujer que montó en bicicleta en Las Mercedes fue una jovencita hija del turco José Jaimed, Vianny, que estudiaba en la Normal de Ocaña, y que tuvo también su bicicleta cuando aún no había carretera. Verla todas las tardes en la plaza, pedaleando en su caballito de acero, como dicen los locutores, vestida de shores deliciosos, luciendo piernas morenas y una sonrisa contagiosa, con el cabello al viento,  era una maravilla que se juntaba a los arreboles de los atardeceres cuando comenzaba la brisa que venía de la quebrada. ¡Ah tiempos aquellos!

Ya he contado, pero debo repetirlo, que también hubo un maestro de escuela que aprendió a poner ampolletas y visitaba a los pacientes en  su bicicleta, después de que salía de clases, a las cinco de la tarde. Se llama Rito Aurelio Ramírez León. 

Poco a poco, aquel pueblo pequeño fue entrando en la onda de las ciclas, el primer paso hacia el progreso en materia de transportes urbanos. Porque mi tío Ángel Ardila, recién llegado del cuartel,  visitaba a la novia, que vivía a tres cuadras de su casa, en bicicleta. Los peseros iban a la pesa en bicicleta y vivían a cuadra y media. El párroco, cuando iba a empezar la misa solemne de los domingos, se ataviaba con sus ornamentos litúrgicos, montaba en la bici de la parroquia y se iba por las cantinas del pueblo, ordenando ley seca durante la hora y cuarenta y cinco minutos que duraba la santa misa. En ese tiempo se hablaba de misa y no de eucaristía, que es Jesús en la Hostia. 

Después el pueblo se inundó de bicicletas, como ahora se inundó de motos. Pero ellas constituyeron mi primer contacto con la civilización. Por eso cada vez que hay vueltas a Colombia o en cualquier otra parte, ahí estoy yo pujando, haciéndole fuerza al tricolor patrio y gozando con el triunfo de los nuestros. Y me emociono y grito hasta que algún sapo me manda a callar. Y por eso ahora escribo sobre el triunfo de Egan, con la seguridad de que en el periódico no me van a colgar lo que escribo. Bravo, campeón. Bravo, campeones. Bravo, recuerdos de mi pueblo.

gusgomar@hotmail.com
 

Jueves, 3 de Junio de 2021
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