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¡Buen viaje, Rita Elisa!
Doña Rita jamás perdió su alegría. Tenía siempre una sonrisa y una mano afectuosa. Acompañó a su esposo con abnegación y solidaridad hasta que él partió a la eternidad.
Martes, 4 de Mayo de 2021

-Usted sí es mucho lo garlón –me dijo una vez doña Rita, con una seriedad postiza, antes de saludarme de brazo, como siempre lo hacía. 

-¿Garlón yo?     -le pregunté, haciéndome el soco. ¡Cómo se le ocurre!

Yo había escrito en una columna, con motivo de las bodas  de oro de su matrimonio,  que al novio –José Benildo Botello Rodríguez- lo había conquistado a punta de guarapo, del que vendía doña Antonia Sarmiento, su señora madre. Dije que Rita,  simpaticona, juiciosa y trabajadora,  le llevaba a escondidas  totumadas de guarapo a la pesa, donde Benildo era empresario de bofe, tripa y carne salada. Los dos negocios, la guarapería y la pesa, estaban situados al lado, cerca de por medio, de modo que se facilitaban las miradas, los piropos y las agarraditas de mano a través de los palos de la cerca.

Aquel romance terminó en matrimonio, uno de los más sonados y comentados en los anales históricos de Las Mercedes. El pueblo amaneció ese día con pólvora, repiques de campanas  y música de tiple y guitarra. Era el 16 de agosto de 1954. José Benildo Botello Rodríguez y Rita Elisa Gómez Sarmiento se juraron ese día amor eterno,  ayudarse mutuamente en la enfermedad y la pobreza, y fidelidad hasta que la muerte los separara. El oficiante fue el padre Jesús Emel Arévalo Torrado y yo era acólito, de modo que fui testigo presencial del juramento, de la argollada y de la entrega de arras. A la salida de la iglesia, entre las manotadas de arroz que les llovía, la novia me dijo al oído: “Ahora vaya a la casa pa’que coma alguito”. 

Desde entonces, yo seguí yendo a la casa de los Botello Gómez, donde siempre era recibido con gran cariño. Cuando yo regresaba al pueblo, en vacaciones,  me metía hasta la cocina, y yo mismo sacaba masato de la moya de barro y tamales de la olla de aluminio. Todo sabroso y querendón. Don Benildo y doña Rita Elisa me querían, las muchachas me querían y los varones me hacían mala cara (“¿y éste, qué?”), pero donde manda capitán no manda marinero.

El hogar Botello-Gómez (y aclaro: yo soy de otros Gómez) fue modelo en Las Mercedes, como pocos hogares lo fueron. Jamás vi a José Benildo tomando trago o haciendo furrusca. De rosario todas las noches y de comunión frecuente, se entregaron por entero a la familia y a hacer de sus nueve hijos, gente de valía para la sociedad. Por eso, para educarlos de mejor manera, dejaron la tranquilidad del pueblo y se trasladaron a Cúcuta.

Padre y madre, trabajadores, honestos, de conducta ejemplar, se entregaron con amor y orgullo a sus hijos. Y hasta última hora, don Benildo y doña Rita sacaban pecho para hablar bien de sus hijos. Salió uno político, pero de todo hay en la viña del Señor. Lo mismo hacían con sus sobrinos y demás familiares.

Doña Rita jamás perdió su alegría. Tenía siempre una sonrisa y una mano afectuosa. Acompañó a su esposo con abnegación y solidaridad hasta que él partió a la eternidad. Pero no se conformó con su viudez y a los dos años de fallecido don Benildo, ella se fue a acompañarlo, a lavarle la ropita y a prepararle la merienda y a darle abrigo porque por allá en las alturas debe hacer mucho frío.

Sus hijos, sus familiares y los amigos que tuvimos la fortuna de conocer de cerca a Rita Elisa Gómez de Botello, sabemos que Benildo le tenía guardado un buen puesto en el cielo, donde ambos ahora gozan de la felicidad eterna.  
        
gusgomarhotmail.com  
 

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