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Cambiar a Cúcuta
La emergencia por covid-19 ha cobrado la vida de más de 2738 personas en el departamento, dejando miles sin empleo ni sustento para sus hogares, y una bruma de incertidumbre sobre el mañana.
Miércoles, 17 de Marzo de 2021

Hace un año se detectó el primer contagio de coronavirus en Cúcuta. El contador inició con una mujer de 47, y con él una de las peores crisis que hemos vivido en el territorio. Por mi edad, no sería prudente hablar del terremoto ni la caída del bolívar en 1983, cosas que no alcanzan a estar entre mis recuerdos. Sin embargo, sí puedo referirme a momentos que nos han puesto a prueba como sociedad, como el horror paramilitar que vivimos entre 1999 y 2004, o el inicio del fenómeno migratorio en agosto de 2015; episodios que marcaron nuestra historia como región y que todavía luchamos por descifrar, comprender y sanar.

La emergencia por covid-19 ha cobrado la vida de más de 2738 personas en el departamento, dejando miles sin empleo ni sustento para sus hogares, y una bruma de incertidumbre sobre el mañana. Además, la pandemia aplastó la ola de esperanza y entusiasmo con que se iniciaba un nuevo gobierno local en Cúcuta. 

Nos dijeron que la pandemia nos haría más solidarios y unidos, pero nos ha importado más cuándo podemos volver a las discotecas que cuando regresar los niños a los colegios. Ni siquiera en un contexto en el que fallecían (hasta) 30 personas diariamente en nuestra ciudad por Covid-19 dejamos el afán por convertirnos en mesías de la pandemia, y por ser los dueños de la verdad y la razón. 

También nos dimos cuenta de que el esfuerzo de cientos de personas por hacer estudios clínicos y llevar la inmunidad a todos los rincones del planeta se ha visto truncado por ambiciones e intereses personales. Directores de investigación clínica como Ricardo Palacios reconocen que la distribución de las vacunas fue un fracaso moral para el mundo. En un artículo del Espectador, Palacios añade: “Fallamos miserablemente como humanidad al no entender que la solidaridad entre países nos permitiría contener la pandemia”.

Coincido en que fallamos, por falta de unión y de voluntad para lograr los cambios que soñamos. La pandemia no ha sido la única culpable de que Cúcuta no vaya por buen camino (como lo dicen las encuestas), nosotros como sus habitantes también tenemos nuestra responsabilidad. Por ejemplo: No queremos pagar impuestos de manera progresiva (dependiendo de nuestro patrimonio) sino de acuerdo con nuestras influencias y relaciones políticas. 

Hay quienes han tenido la oportunidad de ayudar a transformar a Cúcuta, pasar de la crítica a la acción, pero prefirieron asentarse cómodamente tras un teclado y un escudo de comentarios sarcásticos y poco propositivos. 

Hay otros, que, por su parte, votaron por el alcalde, ingeniero Jairo Yáñez y creyeron que eso sería suficiente para hacer que Cúcuta se convirtiera en Dubái en cuatro años. Adicionalmente, algunos dicen que votaron por un cambio, pero a hurtadillas piden que se les ‘entreguen’ contratos a dedo y se molestan el alcalde porque está luchando para erradicar la corrupción y garantizar la tan anhelada transparencia. 

A veces pareciese que Cúcuta no quisiera un cambio, sino un cambio de dueños que perpetúe la desigualdad social en favor de otros clanes menos acaudalados que los ya beneficiarios de las estructuras de poder de antaño.

Estas no son reflexiones políticas, ni tampoco comentarios al servicio de la defensa de la gestión del alcalde, son simplemente pensamientos que como ciudadana me hacen dudar de nuestra voluntad de cambiar el entorno en que vivimos. 

Cúcuta se ha convertido en una distopía y muy pocos tienen la voluntad de cambiarla. Si no entendemos que tenemos un rol individual en este quehacer colectivo, la megalomanía, los intereses personales, la desidia y el rechazo a la otredad nos harán imposible la tarea de recuperarnos tanto de los efectos del coronavirus, como de los que ya veníamos arrastrando años atrás.

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