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Canta y no llores
El Morillo de hoy se llama Covid 19, que nos tiene encarcelados, casa por cárcel.
Jueves, 21 de Enero de 2021

 

Vivimos una época del terror, como la que vivieron los patriotas cuando el español Pablo Morillo, sanguinario con el título de pacificador, llegó a la Nueva Granada con el encargo de encarcelar y pasar al papayo a todo aquel que oliera a patriotismo o que colaborara con los ejércitos revolucionarios.

La comparación es válida, aunque un poco traída de los cabellos. El Morillo de hoy se llama Covid 19, que nos tiene encarcelados, casa por cárcel, y al que salga o se descuide, le echa el guante y se lo lleva por delante. Aquella época era de luto, llanto y dolor. Ciudades y veredas se llenaban de huérfanos y viudas, desolación y tristeza, como hoy.

¿Y qué hicieron los patriotas? ¿Se quedaron con los brazos cruzados llorando su desgracia? No, señores. Secaban sus lágrimas, como dijo el poeta, se limpiaban el polvo de los muertos y seguían luchando contra el pacificador (el virus), porque la vida seguía y hay que vivirla hasta que se pueda. No salían, se escondían, claro, porque el enemigo acechaba en cualquier esquina, en cualquier tienda, en cualquier sitio. Por eso se cuidaban. Pero no perdían la fe ni la alegría. A las batallas iban cantando, y llevaban bandas de músicos, papayeras, que tocaban canciones como la Vencedora y la Libertadora. Recordaban a sus muertos, pero le hacían frente al enemigo con plomo y machete, mientras cantaban.

Es lo que debemos hacer ahora. Llorar nuestros muertos, pero seguir adelante con fe y alegría. Recordarlos, sí, pero sin anclarnos en el duelo y la tristeza.      

Nuestra obligación es hacerle frente al enemigo, el tal Covid 19, no con plomo ni con machete, sino con tapabocas, alcohol, gel, agua y jabón, y de lejitos. Pero además, toca ponerle un poco de alegría  porque la tristeza nos enferma, nos vuelve débiles, nos baja las defensas, nos hace vulnerables y quedamos a expensas de la manada de bichos, que además son gavilleros y atacan a traición. No dan la cara, no se dejan ver. Si uno los viera, podría salir corriendo, cerrar puertas y ventanas y desde adentro hacerles pistola, a través de los vidrios, pero en este caso nos llevó el mandingas porque pueden estar donde uno menos se lo espera: en los billetes que todo el mundo manosea, en la mano del amigo que a todos saluda, en la calle por donde la gente transita y en los asientos donde todos se sientan.

Los médicos y los que mandan, ahora dicen: A cuidarnos. Y los sicólogos añaden: A cuidarnos con alegría. Si les hacemos caso a unos y a otros, seguramente los riesgos disminuyen. A reír, pues, aunque el chiste sea flojo. A cantar, aunque no cantemos. A soñar, aunque estemos despiertos. Y a tener mucha fe en que esto también pasará.

Precisamente mi amigo Jaime Calvache, pastuso de cuerpo pero universal de corazón, me acaba de enviar una revista que le llegó desde el extremo sur del continente, desde Punta del Este, una revista, que invita a sonreír y cuya presentación dice: “La risa, un arma cargada de futuro. Humor para los tiempos difíciles. En medio de la pandemia desatada por el Covid 19, en medio de cuarentenas y noticieros que nos acercan el horror día y noche, desde Punta del Este Internacional, le proponemos sonreír”.

Yo me apropio de estas palabras, para invitar también a quienes lean esta columna a que le pongamos buena cara al mal tiempo y, haciendo de tripas corazón, enfrentemos con alegría y picante esta época tan difícil que nos tocó vivir. Con seguridad, el camino será menos culebrero.  

gusgomar@hotmail.com

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