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Carta abierta de Papá Noel

Mis seis renos que no caminan sino vuelan, descansan todo el año para darle duro y parejo en las navidades, cada doce meses.

Queridísimos hijos, amigos, enemigos, fieles, infieles y feligreses todos del universo entero:
   
Jamás pensé, en mis largos siglos de existencia, que llegaría el día en que me tocaría escribir esta misiva, con mano temblorosa no por la vejez sino por miedo de lo que pueda pasar cualquiera de estos días.
   
Yo, que he atravesado todos los aires; que me he metido entre tormentas, tempestades, rayos y centellas; que he desafiado peligros habidos y por haber, sólo por venir a repartir regalos en las navidades, hoy debo decirles a todos por igual, que la marea está alta, y que por primera vez en mi larga y fructífera existencia, no los puedo complacer.
   
Ya estoy viendo a muchos de ustedes, los desagradecidos de siempre, llamándome cobarde, aculillado, vejestorio, y echándome madrazos porque este año no les cumplí. Pero les diré una cosa: A palabras necias oídos sordos. No voy a exponer mi barba ni mis renos  sólo por darles gusto a ustedes, que ven lo que está pasando y sin embargo les importa un culantro. 
   
Los he  visto a ustedes, a través de mi agujero mágico que todo lo ve, pasándose por la faja las órdenes de las autoridades, los consejos de los médicos, los lamentos de las viudas y los ayes de los huérfanos, que suplican, ruegan y piden: No más, por favor, no expongan su pellejo ni el pellejo de los suyos, que también es pellejo de ustedes.
   
Pero ustedes –no todos, por supuesto, pero sí la inmensa mayoría- ponen oreja sordas, como si esto fuera un juego, como si no se hubiera demostrado hasta la saciedad que el virus, ese tal Corona, ataca a todo el que se descuida, al que baja la guardia, a la bonita y a la fea, al de arriba y al de abajo, al enano y al gigantón. 
      
Señores: Desde que asumí el contrato de llevar alegría a todos los hogares de la tierra en nombre del Niño Dios, no he faltado a mi palabra. Llueva, truene o relampaguee, ahí estoy yo con mis animalitos, el 24 de diciembre de todos los años, haciendo entrega de lo que debo entregar, como buen domiciliario del Gloria In Excelsis Deo, a los hombres de buena voluntad. A los de la mala ni los volteo a mirar. Pasamos por encima de ellos y los dejamos con sus amarguras y quejadumbres.
   
Les he traído paz, fe y alegría. Les he traído regalitos sencillos y regalos importantes. Entrego un carrito de palo al niño pobre con la misma alegría con que  entrego una bicicleta de verdad al hijo cuyo papá hace alarde de una buena chequera.
   
Nunca cobro. No soy interesado como los comerciantes. Mi mayor pago es la alegría con que cada quien recibe lo que les llevo. La sonrisa de una niña con su muñequita y el grito de felicidad de un niño con su Tablet, son mi mayor reconocimiento. Y ahí sigo viajando, envejeciendo, echando barriga y con mi jojojo que todos conocen y que muchos imitan. Visto de rojo y negro, los colores del Cúcuta Deportivo, ahora venido a menos. Mis seis renos que no caminan sino vuelan, descansan todo el año para darle duro y parejo en las navidades, cada doce meses.
   
Pero en este  diciembre todo ha sido distinto. Los arbolitos de navidad que siempre florecen los 24, este año estará marchito, con pocas luces, sin regalos debajo, sin bolitas colgando. 
   
Pero quiero decirles, mis amigos, que no todo está perdido. Vendrán navidades mejores. Pero para eso, ustedes tendrán que sacrificarse en ésta. Les prometo que el año entrante volveré cargado de regalos. Feliz navidad, jojojo.   

gusgomar@hotmail.com

Miércoles, 23 de Diciembre de 2020
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