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Con la misma cruz

Hoy Rito y Eva se dan el lujo de tener nueve hijos, todos profesionales, veinte nietos y dos bisnietos mas unos que vienen en camino. Una misma cruz, ni tan cruz, desde aquel sábado 1 de febrero de 1960. 

Hace 61 años, pero lo recuerdo como si fuera ayer. Era un sábado y las campanas pueblerinas llamaban a misa de 6 de la mañana. Como un rayo corrió la voz por las dos calles y cuatro callejuelas del poblado: Se casa el maestro de la escuela de varones. Todo el pueblo corrió y la iglesia de Las Mercedes se llenó hasta los teques. 

Desde el extremo de la calle larga del pueblo, en la salida para Sardinata, donde se juntaban la calle y el camino, lugar llamado “Punta arrecha” (las madres católicas decían “Punta brava”), salió la novia, “toda de blanco hasta los pies vestida”, radiante, hermosa, acompañada de sus familiares. Debía recorrer toda la calle  hasta la iglesia, donde el novio la esperaba desde las cinco y media de la mañana, ansioso y más contento que puerco estrenando lazo. Lucía traje completo, el mismo con el que se había graduado años antes en la Normal Rural de Convención de aquellos tiempos.

La novia era Eva León, una de las jovencitas más apetecidas del pueblo, y el novio, Rito Aurelio Ramírez, quien después llegaría a ocupar altos cargos en la Secretaría de educación del departamento. Todo un partidazo, murmuraban las viejas.

A la salida de la iglesia, después de la argollada y de la epístola y la bendición, los novios, risueños y apurados, recibieron manotadas de arroz con lluvias de abrazos y de felicitaciones. Digo apurados porque ese mismo día debían coger camino, rumbo a Tibú, donde establecerían su residencia, ya que Rito Aurelio acababa de ser enganchado en la Colombian Petroleum Company, para dirigir la escuela de los hijos de los empleados de la Colpet.

Rito Ramírez León nació en Gramalote pero desde muy pequeño lo llevaron a Las Mercedes. Su papá, don Rito Ramírez, era el correo del pueblo, un hombre madrugador y bueno para tirar pata, cuyo oficio era llevar la correspondencia que a los mercedeños les llegaba desde distintas partes del mundo. Era empleado del Ministerio de Correos y Telégrafos de la República de Colombia. 

Eva era originaria de La Victoria, se ganaba la vida como modista del pueblo, y ocupaba el cargo de presidenta de las Hijas de María.  

De manera que ese año ya Rito no trabajó como maestro en Las Mercedes, pero dejó huella imborrable en el pueblo, donde fue líder. Andaba metido en todo. Como en la Normal había aprendido a escribir a máquina, se desempeñaba como secretario de la Inspección de policía, sin que le pagaran. Todo lo hacía por amor al arte. Como en la normal también le habían enseñado a poner inyecciones a vacas y caballos, Rito dio el paso hacia los humanos: era el que ponía las ampolletas a los enfermos del pueblo. Y como también en Convención había aprendido a montar en bicicleta, todas las tardes hacía el recorrido en la suya, jeringa en mano, para chuzar  enfermos. Sus conocimientos de anatomía lo llevaron a hacer autopsias de los que morían matados a plomo o a cuchilla. Rito se volvió el hombre orquesta. Su partida fue muy lamentada. La mentada que se llevó por haberse ido de Las Mercedes, con mujer y todo.

Con el tiempo me lo volví a encontrar en Cúcuta. Todo un señor pensionado, pero igual de hablador, igual de dicharachero, igual de mamador de gallo. Hoy Rito y Eva se dan el lujo de tener nueve hijos, todos profesionales, veinte nietos y dos bisnietos mas unos que vienen en camino. Una misma cruz, ni tan cruz, desde aquel sábado 1 de febrero de 1960. 
 

gusgomar@hotmail.com

Martes, 2 de Febrero de 2021
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