Se requieren medidas urgentes para levantarle el ánimo a la industria textil de Norte de Santander y Cúcuta.

Hace unos días el programa periodístico Los Informantes, de Caracol Televisión, mostraba cómo nuestro país es líder mundial en innovación en la confección de jeans. No me sorprende.

Nadie pone en duda que en materia de calidad, innovación y desarrollo, la industria textil colombiana es muy apetecida en mercados nacionales e internacionales.

A pesar de ello, al sector lo aquejan hoy una serie de males que se agravaron con la pandemia.

De hecho, Alexandra Camacho, presidenta del capítulo Norte de Santander de la Cámara Colombiana de las Confecciones y Afines, ha manifestado su preocupación con lo que pasa en esta zona de frontera, donde muchas empresas se fueron al traste o debieron tercerizar servicios para aguantar el chaparrón, como es el caso de microempresas familiares con décadas de historia. 

Camilo Rodríguez, presidente nacional de la Cámara, hace eco a esas inquietudes, al igual que líderes de la talla de Guillermo Criado, gerente general de Pat Primo Telas. 

Tras la declaratoria de la emergencia se han perdido entre el 60 y el 80% de los 30 mil empleos que genera el sector en esta región, afectando mayormente a madres cabeza de hogar. 

Al tiempo, las empresas se resienten porque los alivios financieros no llegaron como prometieron algunas entidades financieras, las deudas siguieron aumentando y la informalidad galopa a un preocupante ritmo del 74%. 

Es decir, para sobrevivir y asumir el pago de nóminas no faltan los pequeños empresarios locales que prefieren, desesperadamente, caer en el error de hacer las cosas por debajo de la mesa antes que asumir cargas impositivas altas.

 A ese inventario de cosas hay que sumar problemas que vienen de antes, como el contrabando de mercancías que se disparó a causa del cierre fronterizo y la entrada al país del producto extranjero, especialmente de países asiáticos, cuyos precios irrisorios ponen en desventaja al producto colombiano, cuya superioridad deja mal paradas a prendas que llegan, por ejemplo, de Bangladesh o de China.

Es importante empezar a analizar alternativas que permitan la apertura comercial de la frontera, fortaleciendo así el dinamismo de la economía regional; eso sí, con todo el control estricto requerido para evitar el contrabando. Ese es el sentir de varios gremios del departamento, quienes en gran medida derivan su sustento de este corredor estratégico para el país. 

Desde mi primer día en el Senado asumí la voz de este sector, y así como reconozco los esfuerzos del gobierno nacional, como las medidas arancelarias recientes, hoy recojo las inquietudes válidas del empresariado del Norte de Santander y de Cúcuta, que pide mayores controles a las mercancías extranjeras, con umbrales aduaneros más altos a las prendas de vestir y reducción de aranceles a las materias primas como los hilos. 

Claman también por un IVA diferencial porque consideran que una medida de ese calibre pondría a salvo a la industria nacional contra los efectos perversos del contrabando y la informalidad, a la vez que incentivaría el consumo de lo nacional.

En este punto resulta alentador el Informe del sector Moda 2021 (Inexmoda, RADDAR y Sectorial) según el cual hasta febrero los hogares colombianos gastaron 2,3 billones de pesos en la canasta de moda, un 4% más que el gasto promedio mensual de 2019 y un 21 % más que el de 2020. Pero para zonas como Norte de Santander la situación fronteriza se convierte en una amenaza, en un enorme cabo suelto que es indispensable repensar con pragmatismo. 

Mi invitación final es a que sigamos apoyando a nuestro sector textil nacional, que ha sido un motor tradicional del desarrollo y de la generación de empleo en toda Colombia.