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Conversación de entrecasa
Sólo basta un pensamiento bueno para extraer ese sentido íntimo del universo que emana de la sabiduría oculta.
Domingo, 18 de Octubre de 2020

El escenario para una conversación con el espíritu debe poseer la lentitud de un crepúsculo, o los sutiles instantes de un amanecer, para dejar que la mirada se alargue en las huellas de los pájaros que llegan, o las de los que se alejan. 

Ese es un ambiente grato para buscar la verdad, que sólo se abre dadivosa a quienes -con humildad- se encuentran consigo mismos: algo así como trepar por la cuerda que nos tiende a veces el destino, para ascender a la dimensión mayor del tiempo, superior a la de nuestra escasez mortal.

Se trata de aproximar a nuestro corazón el misterio del infinito -con la perseverancia del estudio-, para nutrirlo de luz, con el encanto de esos intermediarios bondadosos que son los sentimientos. 

Emerge así un aura bonita de reflexión y si -y sólo sí- se aprende a captarla, se mete adentro del alma, circula por ella, para ir sustituyendo las huellas del hastío por una armonía interior desbordante en serenidad.

Esos linderos –los del alma- son la entrecasa de un equilibrio imaginario, ambicioso en sueños: allí se percibe esa porción de la fantasía, donde se aloja la emoción de pasear libremente por el horizonte de la libertad.

Y se presiente aquella irrealidad que no se copia, ni se imita, sino se deja inventar como, por ejemplo, la proporción de amor entre el vuelo de la mariposa con el aroma de la flor que la enamora.

De manera que sólo basta un pensamiento bueno para extraer ese sentido íntimo del universo que emana de la sabiduría oculta.

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