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Desde mi ventana

Desde las ventanas y balcones de mi apartamento, en el cuarto piso del edificio, se contempla el lote que colinda por el extremo occidental.

Hace unas semanas este periódico inició la presentación de la historia, el desarrollo y la actualidad de los barrios y conjuntos residenciales de Cúcuta. Es un buen trabajo, y de él quiero resaltar una nota que no falta en ninguna de las entregas: los bellos parques invadidos por los consumidores de estupefacientes. La gente se duele de que el lucimiento de los barrios y el derecho a salir a disfrutar de los espacios públicos se malogre por culpa de la inseguridad, el temor y el recelo que representan los jóvenes drogadictos. ¡Y tan hermosa que es la ciudad!

De otro lado, cuando este matutino da la noticia casi a diario de la muerte de un cocainómano o marihuanero, por lo regular aparece la madre o el pariente que reconoce la triste condición de la víctima, y su lamento de que mucho se le pidió que se alejara del vicio. 

Desde las ventanas y balcones de mi apartamento, en el cuarto piso del edificio, se contempla el lote que colinda por el extremo occidental. La maleza lo cubre. Hay un gran árbol con mucha fronda, que lo convierte en un excelente cobijo para quienes de un tiempo acá se reúnen, fuman o se inyectan, duermen y hacen el amor. Para esto último, mejor motel no pudieron conseguir: al aire libre, aparentan que están jugando al caballito, brisa fresca, gratis la estadía, en fin, plenitud de confort. De pudor propio o respeto hacia los demás, nada. En su mundo de enajenación y éxtasis, eso no importa. 

Antes los choferes de taxis se parqueaban dentro del mismo lote, buscaban el rincón de las paredes medianeras, y allí desocupaban la vejiga. Ahora son estos muchachos y muchachas toxicómanos, que no solo mean sino también realizan la operación número dos. 

Esta es, sin duda, una generación perdida, como lo denunció Donald Trump. ¿Hay algún empeño a nivel mundial, nacional o local para impedir que los jóvenes se inclinen por las sustancias psicotrópicas? ¿Se dictan conferencias y talleres en las escuelas, colegios y universidades al respecto? ¿Circulan volantes, propagandas periodísticas y mensajes radiales que les señalen a los muchachos el triste final que les aguarda si llegan a dejarse arrastrar por la drogadicción? ¿En las iglesias se predica que es pecado tanto consumir drogas estupefacientes como cultivarlas, procesarlas, venderlas y exportarlas? ¡Nada, en absoluto! 

Es evidente que se maneja una doble moral de ciertos partidos políticos, de organizaciones internacionales y de las propias autoridades colombianas. Éstas, en efecto, por un lado, tratan de erradicar los cultivos enviando para ello a soldados y policías, y por otro se reúnen con las asociaciones campesinas de cocaleros y cultivadores de marihuana, reconocidas oficialmente - ¡qué tal esto del reconocimiento oficial! – con las que pactan no fumigar, no aplicar la ley, y concederles cuanto piden a cambio de que no bloqueen ciudades y carreteras.  

¿Quién se apiada de los miles de jóvenes convertidos en zombis por los alucinógenos, que caminan rumbo a una pronta muerte?   ¡Nadie!

orlandoclavijotorrado@yahoo.es

Sábado, 26 de Junio de 2021
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