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El chamizo de Navidad

Anverso y Reverso.

El primer arbolito de Navidad que conocí, era un chamizo que mi mamá adornaba con algodón o con papel brillante que venía en las cajetillas de cigarrillos Pielroja, de los cuales mi papá era fiel consumidor.

¿De dónde llegó la costumbre del árbol de navidad a Las Mercedes, un pueblecito escondido entre el monte y los ríos? Nunca lo supe. Pero en todas las casas –hablo de mi infancia- para la época decembrina arreglaban el famoso arbolito con bolas de colores que compraban en el almacén Tía, de Cúcuta. Como en la casa no había plata para encargar las bolitas del Tía, mi mamá se ideaba otros adornos con cáscaras de huevo.

Con una técnica especializada, casi como por arte de magia, mi mamá sabía sacar el huevo (la clara y la yema), sin dañar el cascarón. Le abría un mínimo agujero en las dos puntas del huevo y por uno soplaba y por el otro iba saliendo el huevo, quedando el cascarón casi intacto. Pintaba las cáscaras de diversos colores y esos eran los típicos adornos que le colgaba a nuestro pequeño arbolito que, como dije, era una rama seca, vestida de algodón o papel de cigarrillo.

Para la escogencia del chamizo nos íbamos mi papá y yo a los montes cercanos en busca de algún árbol caído, porque “del árbol caído todos hacen leña”, como lo dice el refrán. Ese mismo día buscábamos en la quebrada el musgo del pesebre, hasta que los fabricantes de papel verde salieron con el cuento de que arrancar musgo natural era hacerle un daño irreparable a la quebrada y al medio ambiente.   

Más tarde   llegó de párroco un cura cascarrabias, que prohibió los árboles de Navidad por ser de origen pagano y protestante, y en cambio, difundió la costumbre de hacer pesebres en cada casa, cuyas figuras él mismo las vendía.

A pesar de las reprimendas del cura en el púlpito, la gente siguió arreglando sus arbolitos y mi mamá siguió poniéndole cáscaras de huevo al chamizo, pero también en las casas empezaron a hacer pesebres para darle contentillo al cura.

Los arbolitos de Navidad de ahora son grandes, frondosos y de material sintético. Al verlos, recuerdo nuestro árbol silencioso y humilde, sin luces, pero lleno de amor y cáscaras de huevo.

El curita de pueblo de aquel entonces tenía razón sobre el origen del árbol de navidad.   Ya en la antigua Roma se usaba un árbol como homenaje a los dioses y lo llenaban de frutas como símbolo de unión y de prosperidad. Es posible que los primeros cristianos hayan retomado esta figura de la naturaleza para simbolizar la alegría y la unidad familiar alrededor del nacimiento de Jesús.

  Hoy no hay Navidad sin árbol de Navidad. Con luces y bolitas y muñequitos. Pero sobre todo con un espacio grande para que el viejito Noel o santa Claus o el Niño Jesús dejen los regalos. No importa quién los traiga. Sea el papá o la mamá o el amigo o quien sea.

Andaban diciendo por wassap que este año no habría regalos porque Noel es de la tercera edad y no puede salir a repartirlos. ¡Mentiras del vejete! Para eso hay domiciliarios, que hagan el reparto.

Si no hay regalos, que haya alegría y bulla. Hay que demostrarle al bicho ese, que a pesar del luto y la tristeza y las lágrimas, aún hay fe y esperanza y alegría. Pongamos a sonar los Tucusitos y la canción aquella de siempre: Arbolito de Navidad que siempre floreces los veinticuatro… 

gusgomar@hotmail.com

Martes, 8 de Diciembre de 2020
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