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El duelo del mayoral

No contrataba mariachis, ni vallenatos, ni tríos de cuerdas. El hombre zurrungueaba la guitarra y él mismo le tocaba y le cantaba.

¿Se acuerdan de ese poema que leíamos en el colegio en clases de literatura, y que a veces nos obligaban a recitarlo de memoria?

El caso es de alguien que tenía una novia (“Yo la quería y ella me adoraba”), pero había otro tipo que también estaba enamorado de la muchacha (“pero él hecho sombra, se me interponía”), y le llevaba flores y le daba serenatas. No contrataba mariachis, ni vallenatos, ni tríos de cuerdas. El hombre zurrungueaba la guitarra y él mismo le tocaba y le cantaba. En cambio el novio ni le llevaba flores, ni le daba serenatas, ni le hacía poemas. Y ya se sabe que a las matas y a las mujeres hay que regarlas y abonarlas y consentirlas aunque sea con versos chuecos. El novio lo acechaba y escondido escuchaba las canciones y lloraba (“porque los hombres lloran como las mujeres, porque tienen débil como ellas el alma”)

Pues bien. Una noche, el novio esperó al entrometido, dispuesto a lo que fuera. La escena fue en el campo. Le salió al paso en la vieja cañada. (“Me dijo: ¿Me esperas? Le dije: Te espero”). Y no hablaron más. (“Que los hombres machos pelean, no hablan”). Cada uno sacó su machete y se trenzaron en duelo.  Machete va, machete viene, en medio de la oscuridad. (“Y al fin mi machete lo dejó tendido junto a su guitarra”).

El novio le sembró al otro un machetazo que lo noquió. Lo mandó al suelo y ya no pudo levantarse. Cayó herido, grave, aunque no muerto. La pelea era peleando. La lucha era a muerte. Cada uno sabía que quien quedara vivo se quedaría con la hermosa niña, que a esa hora dormiría plácidamente sin sospechar que por culpa de ella, de su amor, dos hombres bravos se enfrentaban disputándosela a  machete limpio.                

Desde el suelo, el herido le dijo al novio que la quisiera mucho, que ella era muy buena, y que él moría, pero que en el alma se la llevaba para la eternidad. Eso enfureció más al ganador de la trifulca. (“Y tuve celos del que así me hablaba”.) Los celos son cosa brava. Son innumerables las tragedias que suceden en la literatura y en la vida real a causa de los celos.

El novio, cegado de ira, le clavó el machete (“buscándole el alma, porque en el alma se llevaba a mi hembra, y yo no quería que se la llevara”).

Si mal no estoy, yo me gané un cinco en español por recitar alguna vez este poema gaucho, que a pedazos todavía recuerdo. Y precisamente lo he recordado ahora cuando vi una información en que dos hermanos se agarraron a machete por culpa de una novia.  Hermanos de sangre, de papá y mamá. La tipa les paraba bolas a ambos y cuando descubrieron el pastel, se agarraron a machete, con tan mala suerte que ambos murieron en el enfrentamiento. Pero lo más grave es que, según dice la noticia, la muchacha quedó embarazada y nadie supo, ni siquiera ella misma,  cuál de los dos hermanos era el papá.

Otro aspecto que me llama la atención del poema es aquella parte donde dice que los hombres lloran como las mujeres porque tienen débil como ellas el alma. Yo no sé si será verdad, pero me temo que esa supuesta debilidad no es cierta. Las mujeres son más fuertes, más verracas, y a veces menos berrietas. Aunque no falta el dicho aquel: “No hay que creer ni en cojeras de perro, ni en lágrimas de mujer”.             

gusgomar@hotmail.com  
 

Martes, 16 de Marzo de 2021
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