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El hermano Marcos
Yo recuerdo con cariño y admiración al hermano Marcos en el seminario del Dulce Nombre en Ocaña.
Lunes, 26 de Septiembre de 2022

Los hermanos legos de ciertas comunidades religiosas eran los encargados de los trabajos manuales y de los oficios varios. El hermano lego era aquel hombre analfabeta que quería dedicarse al servicio del Señor a través de sus habilidades domésticas y santificarse con tal estilo de vida. Se consagraba en ceremonia especial, se sometía a las reglas y constituciones de la orden religiosa respectiva, y hacía los votos comunes de castidad, humildad, obediencia y pobreza. Por lo tanto, el lego no llegaba nunca al sacerdocio pero sí tenía las obligaciones de sus votos. Luego del Concilio Vaticano II esto varió: actualmente no se admite en las congregaciones religiosas a ningún individuo iletrado. Algo semejante a lo sucedido con la Policía y el Ejército Nacional, instituciones en las que hace menos de cien años sus integrantes de baja escala podían ser analfabetos y hoy, por el contrario, se les exige diploma de bachiller. Entonces, hermanos legos ya virtualmente no existen.

Yo recuerdo con cariño y admiración al hermano Marcos en el seminario del Dulce Nombre en Ocaña. Él como lego tenía derecho a usar la sotana negra de los padres eudistas, mas no podía cumplir ninguna otra función en la iglesia que la de limpiar y decorar el altar y tocar las campanas. Marcos tendría unos 45 años. Calzaba sandalias. Su sotana lucía muy vieja y raída. Y no podía ser menos pues era a él a quien le tocaba barrer todo el edificio, estar pendiente de alguna gotera en el techo y subirse a reparar, de pintar las paredes y de acomodar los ladrillos despegados del patio de recreo.

La humildad de Marcos era muy notable. Andaba callado, y no se relacionaba con los educandos.  Apenas recibía órdenes del ecónomo. Resulta que era el mandadero general del seminario.

En efecto, la cosa funcionaba así: los estudiantes internos - salvo contadas excepciones –no podíamos salir a hacer compras. Todo se tramitaba a través del economato. Si el estudiante necesitaba un par de tenis le comunicaba al ecónomo y éste encargaba al hermano Marcos para que los comprara en los almacenes de la ciudad. Y Marcos cumplía tan a cabalidad la misión que nunca hubo reclamo por el color, o la marca o la talla de los zapatos.

Marcos tenía su celda en la misma sección de dormitorios de los sacerdotes profesores, pero en el último rincón. No sé en dónde se sentaba a comer porque no era en el refectorio – así se llamaba el comedor general - , ni con los alumnos ni con los sacerdotes.

En el seminario nos inculcaban abrazar la santidad y nos repetían que el papa Pío XII – de esa época – pedía que le presentaran un seminarista ciento por ciento virtuoso para honrarlo como santo, calidad a la que todos aspirábamos. ¡Uf!, pero, entre tantas virtudes que había que practicar, ¿quién podía con la humildad? ¿La humildad del hermano Marcos? Y uno mismo se contestaba: dejemos la cosa así; renuncio a ser santo.

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