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El hogar del caracol

La casa toda es un espejo y refleja la mirada de la eternidad.

En la intimidad el tiempo se vuelve redondo, secreto, protegido por un aldabón de silencio y soledad, descansado y fresco para fortalecer los sentimientos y, cada mañana, acariciar las ilusiones del porvenir y sembrarlas en el camino. 

La casa toda es un espejo y refleja la mirada de la eternidad; en su recinto, nos aguarda una nueva esperanza, distinta cada vez -si queremos-, en un escenario maravilloso para conversar con los sueños viejos.

Es el hogar del tiempo espiritual, donde la belleza se muestra en su esplendor y emergen parábolas inspiradas en un susurro interior de la propia consciencia, que se van tornando suspiros del destino, como si se presintiera ese milagro que hace tanto está escrito y esperamos con devoción. 

En ella, también, se aloja nuestra identidad, tan personal como lo son las estrellas para el universo, tan periférica como la línea imaginaria que entrelaza los eslabones de la vida en redes de bondad pura.

Allí, lo simple crece hasta lo absoluto, la certeza cierra los ciclos vacíos, la profundidad del pensamiento anuncia el saber y, la intuición, nos alarga la mirada hasta coincidir con las huellas de los pájaros.

Y con majestuosa lucidez de caracol, lentamente, el alma engendra metáforas con fragmentos de los recuerdos sanos, aquellos que vuelven cada tarde, después de haber saboreado su propia nostalgia.

Algo así como en el perigeo, cuando se hace mínima la distancia de la luna a la tierra y la noche se regala en una fascinante coquetería con el planeta, para narrar a los astros su querencia con el sol. 

Lunes, 9 de Noviembre de 2020
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