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El lugar donde todo comenzó

Era el año de 1821. De a uno y de a dos y de a tres fueron arribando los forasteros a San José de Cúcuta, en la frontera con la Capitanía General de Venezuela.

Llegaron de todas partes. Delegados de todas las regiones del país, y hasta de Venezuela, pues cuando eso no cerraban los puentes, ni había que acudir a las trochas. Éramos una sola mezcolanza. Los del Ecuador no alcanzaron a llegar, pero mandaron a decir que estaban de acuerdo con lo que aquí se aprobara.

Los caminos estaban llenos de barro y las bestias se enterraban hasta las orejas. El Pamplonita y el Zulia y el Táchira no sólo llevaban agua sino piedras y árboles y animales muertos. El invierno estaba fuerte, y los arrieros eran los únicos que lo desafiaban. 

Llegaron como pudieron. “El que tiene boca a Roma va”, dice el refrán. Y así fue. Era el año de 1821. De a uno y de a dos y de a tres fueron arribando los forasteros a San José de Cúcuta, en la frontera con la Capitanía General de Venezuela.

-¿Dónde queda la Villa del Rosario? –preguntaban.

-Mire, mi don. Siga este camino, que no tiene pierde. Pase el río, pero con cuidado, porque a veces baja embejucao. Es mejor que se busque un baquiano pa’que le indique por dónde queda el vado. 

Y los baquianos, gente que conoce los caminos y el paso de los ríos, aparecieron. Les ayudaron a los caminantes a llegar a su destino: Villa del Rosario. Un pueblecito tranquilo, de gentes acogedoras, dedicadas al trabajo, y un clima de brisas frescas que llegaban del río cercano, el Táchira, y una iglesia grande, dedicada a Nuestra Señora del Rosario. 

Por ahí cerca, en una hacienda cacaotera con una casona grande y hermosa, decían que había nacido, veintinueve años atrás, el hombre más grande de la Nueva Granada, Francisco de Paula Santander, uno de los forjadores de la independencia. Cucuteños y villarosarienses se sentían orgullosos de haber sido la cuna de semejante personaje, que ahora, independizados de España, estaba entre la dirigencia que quería construir una república.

Los lugareños veían con cierta sorpresa este llegar de viajeros que mostraban por la pinta (“Por el equipaje se conoce al pasajero”) que no eran obreros en busca de trabajo en los cultivos de cacao de la zona, sino que se trataba de gente docta: pensativos, algunos de gafas, bien vestidos a la usanza de la gente de oficinas, con un montón de libros y papeles en las alforjas y polleros, que se quedaban de noche embobados mirando hacia el horizonte, donde manojos  de rayos y centellas se desprendían del cielo iluminando los mares y las selvas. Seguramente marinos y caminantes extraviados encontraban en aquel fenómeno un faro que los conducía a puerto seguro. De día, por el contrario, más tempraneros que el sol, se dedicaban a sus libros y sus escritos.

Los habitantes de la comarca les dieron hospedaje y amistad, y más cuando se enteraron que iban a reunirse durante varias semanas y hasta meses, para darle a la naciente república una Constitución.

-¿Y qué es eso de Constitución, mi don?

-Venga y le explico. Haga de cuentas que usted va a construir una casa en un lote que adquirió. Lo primero que debe hacer es limpiar de malezas el terreno. Esta limpia ya la hizo nuestro ejército libertador. Los generales Bolívar y Santander y Sucre y Páez y muchos otros se encargaron de organizar el ejército libertador con gente del pueblo, hombres, mujeres, curas, monjas, letrados, analfabetos, viejos y hasta niños. Limpiaron el lote y ahora toca ver: ¿Qué es lo que vamos a construir aquí? ¿Un edificio? ¿Una mansión?  ¿Cuántos pisos? ¿Cómo se organiza todo? Eso es lo que se llama una Constitución. Un reglamento.

ESTA HISTORIA CONTINUARÁ.

gusgomar@hotmail.com

Martes, 15 de Junio de 2021
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